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| (1609) |
| Los montes que el pie se lavan |
| en los cristales del Tejo |
| cuando las frentes se miran |
| en los safiros del cielo, |
| 5 tiranizados tenía |
| un cerdoso animal fiero, |
| terror del campo, y rüina |
| de venablos y de perros. |
| Buscándolo, errante, un día |
| 10 se perdió un galán montero, |
| segunda invidia de Marte, |
| primer Adonis de Venus; |
| escalando la montaña |
| y penetrando sus senos |
| 15 lo dejó la blanca luna |
| y lo halló el luciente Febo. |
| ¡Oh, perdido primero |
| tras un jabalí fiero!: |
| no te pierdas ahora |
| 20 tras esa que te huye cazadora. |
| La luz le ofreció una ninfa |
| que en duda pone a los cerros |
| a cuál se deban sus rayos, |
| al sol o a sus ojos bellos; |
| 25 de tres arcos viene armada, |
| el uno contra los ciervos, |
| contra los hombres los dos, |
| blanco el uno, los dos, negros. |
| De un cordón atraïllado, |
| 30 un diligente sabueso |
| el viento solicitaba |
| y desafïaba al viento. |
| Apenas vio al joven, cuando |
| las cumbres vence huyendo; |
| 35 él la sigue, ambos calzados, |
| ella, plumas, y él, deseos. |
| ¡Oh, perdido primero |
| tras un jabalí fiero! : |
| no te pierdas ahora |
| 40 tras esa que te huye cazadora. |
| Flores le valió la fuga |
| al fragoso, verde suelo, |
| varias de color, y todas, |
| hijas de su pie ligero; |
| 45 a las malezas perdona |
| mal su fugitivo vuelo; |
| ellas sí, al coturno de oro, |
| engastes del cristal tierno. |
| «¡Oh cobarde hermosura! |
| 50 -dice, el garzón, sin aliento-, |
| no huyas de un hombre más |
| que sabes huir del tiempo». |
| Volviendo los ojos ella |
| por flecharle más el pecho, |
| 55 de que la alcance aun su voz, |
| acusa al aire, con ceño. |
| ¡Oh, perdido primero |
| tras un jabalí fiero! : |
| no te pierdas ahora |
| 60 tras esa que te huye cazadora. |
Los montes que el pie se lavan
Última actualitzación
03.07.2013
© Universitat Pompeu Fabra, Barcelona