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¡Qué de invidiosos montes levantados, |
de nieves impedidos, |
me contienden tus dulces ojos bellos! |
¡Qué de ríos, del hielo tan atados, |
5 del agua tan crecidos, |
me defienden el ya volver a vellos! |
¡Y qué, burlando de ellos, |
el noble pensamiento |
por verte viste plumas, pisa el viento! |
10 Ni a las tinieblas de la noche obscura |
ni a los hielos perdona, |
y a la mayor dificultad engaña; |
no hay guardas hoy de llave tan segura |
que nieguen tu persona, |
15 que no desmienta con discreta maña; |
ni emprenderá hazaña |
tu esposo, cuando lidie, |
que no la registre él, y yo no invidie. |
Allá vueles, lisonja de mis penas, |
20 que con igual licencia |
penetras el abismo, el cielo escalas; |
y mientras yo te aguardo en las cadenas |
de esta rabiosa ausencia, |
al viento agravien tus ligeras alas. |
25 Ya veo que te calas |
donde bordada tela |
un lecho abriga y mil dulzuras cela. |
Tarde batiste la invidiosa pluma, |
que en sabrosa fatiga |
30 vieras (muerta la voz, suelto el cabello) |
la blanca hija de la blanca espuma, |
no sé si en brazos diga |
de un fiero Marte, o de un Adonis bello; |
ya anudada a su cuello |
35 podrás verla dormida, |
y a él casi trasladado a nueva vida. |
Desnuda el brazo, el pecho descubierta, |
entre templada nieve |
evaporar contempla un fuego helado, |
40 y al esposo, en figura casi muerta, |
que el silencio le bebe |
del sueño con sudor solicitado. |
Dormid, que el dios alado, |
de vuestras almas dueño, |
45 con el dedo en la boca os guarda el sueño. |
Dormid, copia gentil de amantes nobles, |
en los dichosos nudos |
que a los lazos de amor os dio Himeneo; |
mientras yo, desterrado, de estos robles |
50 y peñascos desnudos |
la piedad con mis lágrimas granjeo. |
Coronad el deseo |
de gloria, en recordando; |
sea el lecho de batalla campo blando. |
55 Canción, di al pensamiento |
que corra la cortina |
y vuelva al desdichado que camina. |
¡Qué de invidiosos montes levantados...!
Última actualitzación
03.07.2013
© Universitat Pompeu Fabra, Barcelona