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El maestro Huertas
Roger Persiva:
«Se lo pasaba bien siendo algo molesto»
Néstor Bogajo
Miriam Gifre
 
A mediados de los años 80, Josep Maria Huertas fue tertuliano de un programa de Ràdio 4. Roger Persiva era uno de los guionistas. Era joven y todavía no había hecho la carrera de Periodismo, pero Huertas le propuso colaborar haciendo entrevistas en la sección de Cultura de El Periódico de Catalunya. Más tarde, coincidieron en Catalunya Ràdio, cuando su trato ya iba más allá del ámbito profesional. «Nuestra relación era algo paterno-filial», recuerda.
 
¿Se considera usted un «huertamaro»?
¿Yo? No. Yo, no. [Silencio.] Aunque... Bien, supongo que sí. Por el hecho de haber trabajado con él. Pero yo he sentido cierta envidia de los «huertamaros» de verdad, los que se pasaban ocho, nueve, diez horas con él, en la redacción, con toda la tensión que eso conlleva. Yo sólo tuve una porción de todo aquello. Traté a Huertas más como persona. Más como amigo que como jefe. Obviamente, también lo he tenido como jefe, cuando le llevaba una entrevista y él me hacía de editor. Pero no tenía que sufrirlo todo el día.
 
¿En qué consistía su trabajo en El Periódico?
Yo era colaborador. Hacía entrevistas cuando él era jefe de la sección de Cultura. Quedábamos un día, me pasaba un libro y yo me encargaba de entrevistar al autor. Profesionalmente, nuestra relación fue de colaboraciones. Recuerdo que los libros me los regalaba. «La tierra, para quien se la trabaja», me decía. Después, yo hice lo mismo con los becarios que tuve a mi cargo, en CNN+. Pensaba: «mira, igual que Huertas hacía contigo».
 
¿Qué consejos le daba para las entrevistas?
Yo siempre tenía problemas con la clásica entradilla de presentación. Desde un punto de vista periodístico, fue lo que más me marcó. Yo, al principio, era muy rígido. No estaba acostumbrado a describir el ambiente, la persona. Huertas siempre me decía que me soltase. Que escribiera lo que sentía. Que no fuera tan cuadriculado. Me conocía bien, porque hablábamos mucho, y sabía que yo no tenía la capacidad de abrirme, de expresar más y mejor mis sentimientos. Era normal: entonces tenía 18 ó 19 años. Tenía que perder la vergüenza. El proceso no fue sencillo.
 
¿Sabe qué es lo que vio Huertas en usted?
No. No lo sé. Con posterioridad, he sabido que Huertas solía tener este tipo de relaciones con los periodistas más jóvenes. Creo que él lo hacía por aprender, por estar al día. Quizás tenía un sexto o un séptimo sentido... De todos modos, en mi caso, creo que, simplemente, le caí bien. Estas cosas, a veces, son así.
 

«No me explicaba batallitas, pero a veces hablaba de ‘el Vaquilla’. Huertas simpatizaba con las causas perdidas»

 
Su relación fue, fundamentalmente, personal. ¿Cómo era Huertas en las
distancias cortas?
Recuerdo que era muy sensible. Hasta el punto de que, a veces, lo que me decía me ruborizava un poco. No estamos acostumbrados a que la gente te diga cosas personales de una forma tan directa. Cuando me decía «¡ostia, cómo te quiero!», yo me quedaba como... Es decir, los amigos nos queremos, y está muy bien que lo hagamos. Pero verbalizar esos sentimientos no es tan sencillo. Y él lo hacía mucho. En otras ocasiones, me hacía ver mis limitaciones y eso me violentaba. Volvía a casa pensando «hoy Huertas me ha tocado las narices». ¡Pero es que era la única persona que me hacía sentir esto! Era positivo.
 
Usted era muy joven. Lo tomó como modelo...
Sí. Además, teníamos una historia familiar parecida, que también nos unía. No es que lo viera como a un padre, pero podíamos quedar para tomar un café o para cenar y no hablar en absoluto de periodismo. Al fin y al cabo, eso es lo que me ha quedado de Huertas: las cosas que le veía decir o hacer. Te dabas cuenta de que te gustaba su manera de pensar, cómo analizaba las situaciones, cómo afrontaba los problemas, cómo se relacionaba con la gente. Son cositas que vas asimilando. Lo que yo aprendí de él, me ha servido tanto en el trabajo como en mi vida cotidiana. Como persona.
 
¿No explicaba batallitas?
No. Y ésta era la gracia. Ni las explicaba, ni parecía que quisiera que yo le preguntara. [Piensa.] De quien sí explicaba cosas era de ‘el Vaquilla’. Lo conoció en la cárcel. No es que hablara mucho de él, pero se notaba que ‘el Vaquilla’ lo había marcado. Yo siempre flipé. No me cuadraba demasiado. Le tenía mucho aprecio. Le llevó una máquina de escribir a la prisión, le ayudó a escribir un libro. Y también cuando salió. Huertas iba a favor de las causas perdidas. ¿Que éste está muy chungo? Pues yo le ayudaré.
 
¿No se lamentaba de que su periodismo se estuviera perdiendo?
No. No recuerdo que se lamentara por eso. Era consciente de que se estaba perdiendo, pero Huertas no era de los que lloran por esas cosas. Iba a lo suyo. Ser muy crítico con la profesión. Tenía un saque que era molesto. Creo que, en realidad, se lo pasaba bien siento algo molesto. Que decía: «Voy a criticar». No dejó nunca que le pasaran por encima ni empresas ni directores, ni se movía por gustar a los demás. Quizás su posición le permitía hacerlo. Tenía una carrera ya hecha. Era una figura reconocida. Pero me sorprendía que un tipo que podía estar instaladísimo fuera a contracorriente.
 

«Al final, Huertas estaba más fuera que dentro. Era un tipo de periodista que no tiene sitio en las actuales redacciones»

 
Las redacciones de ahora no tienen nada que ver con las de los años 70...
No. Son más bien aburridas. Sólo hay gente de tu generación. No hay un Huertas. Bueno, un Huertas quizás sería muy heavy... [Sonríe.] Me refiero a tener a alguien que haga de nexo entre generaciones. Alguien que te enseñe cosas sólo por el hecho de estar con él. Ahora, entro en la redacción y todos son como yo. Estamos allá, pegados al monitor del ordenador, con el Internet... Ya no se hacen tertulias. Las redacciones se rejuvenecen super rápido. Lo noto yo, que tengo 39 años. A veces pienso que en cuatro días ya estaré saliendo por la puerta de atrás.
 
Pero esto no beneficia a ninguna redacción...
Tener a mano algo de experiencia y de veteranía siempre viene bien. Hasta hace poco, he sido el joven de la redacción y era muy interesante. Siempre está el pelmazo, el que explica sus batallitas. Pero, la gente que te explica cosas desde la experiencia, es muy útil. Ahora, el que se sienta a tu lado sabe tanto como tú o menos. En ese sentido, creo que Huertas, al final, se sentía un poco solo. El Huertas y sus barrios, ¿no? Se sabía de una generación desubicada, a punto de jubilarse. Estaba más fuera que dentro. Huertas era un tipo de periodista que no tiene sitio en las redacciones de hoy.
 
¿Cree que se le han reconocido sus méritos tras su muerte?
Él hacía un periodismo poco glamouroso, y eso también influye. Por ejemplo, el día que el Ayuntamiento le otorgó, a título póstumo, la Medalla de Oro al Mérito Cultural, el Saló de Cent no estaba lleno. Creo que, sólo con la gente de la profesión, se habría podido llenar. Pero no era un acto que luciera. No era un acto glamouroso, donde te encontrarías con gente poderosa. En su funeral, había mucha gente, pero en el Saló de Cent, no. La profesión no tiene memoria... ¡Tampoco creo que se le deba hacer un monumento! [Ríe.] Hombre, una callecita en el Poblenou no estaría mal, ¿verdad? No sé si le hubiera gustado o no.