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Huertas personal |
José Martí Gómez:
«Josep Maria era un romántico»
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Néstor Bogajo
Miriam Gifre |
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José Martí Gómez
fue íntimo amigo de Huertas. Compañeros
de quinta periodística, sus caminos profesionales
se cruzaron bien pronto: a finales de 1966, Huertas le
consiguió trabajo en el diario donde trabajaba,
El Correo Catalán. Poco después,
los dos formaron equipo con Jaume Fabre en publicaciones
como Cuadernos para el diálogo, Oriflama
y Destino, colectivizando sus ingresos. Con los
ojos húmedos, nos dice que no quiere volver a hablar
de Huertas en público. Se emociona demasiado. |
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¿Cómo se conocieron? |
Fue antes de coincidir como estudiantes
de Periodismo. A los dos nos gustaba mucho el cine y el
teatro, y en la entrada del ya desaparecido Hogar del
Libro, en la calle Bergara, al lado del Restaurante Sant
Agustí, había un pequeño chiringuito
en el que sólo vendían libros de cine y
de teatro. Fue ahí donde lo conocí, traginando
libros. Nos hicimos amigos. |
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¿Recuerda cómo era el Huertas
de entonces? |
Era como sería siempre. Si no lo
conocías, no era simpático. A primera vista,
era violento, radical. De puertas afuera, daba una imagen
muy fuerte, pero, en realidad, era tímido. Y pienso
que, psicológicamente, también era frágil,
débil. Quizá era por esta fragilidad que
lanzaba ceniceros en las redacciones... Era un hombre
muy trabajador, y lo era porque necesitaba no parar. Si
paraba, pensaba, y, si pensaba, se ponía muy ansioso.
No paró ni cuando ya estaba fastidiado. |
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A pesar de su carácter
especial, ¿tenía muchos amigos? |
Sí, tenía muy buenos
amigos, muchos amigos que lo querían mucho. Pero
también había mucha gente que lo odiaba.
Él tenía una manía: cuando, leyendo
el diario, encontraba un artículo que no le gustaba,
le escribía una carta al autor. Le ponía:
«esto que has escrito hoy es una vergüenza
para un periodista como tú». Y siempre acababa
diciendo: «no sé qué ha sucedido con
tu juventud», «has traicionado a tus ideales». |
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«Huertas mostraba
una imagen fuerte, pero era tímido y, psicológicamente,
frágil. Quizá por esa fragilidad
lanzaba ceniceros en las redacciones» |
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La marcha de su padre, cuando
sólo tenía 11 años, ¿lo marcó
tanto como se dice? |
Sí, lo marcó mucho.
Al padre no lo volvió a ver hasta que murió,
cuando ya estábamos trabajando en El Correo
Catalán. Él me explicaba que, a veces,
había descolgado el teléfono y había
marcado el número del padre, para escuchar su voz,
pero que, después, no se atrevía a decirle
nada. Continuaba viviendo la nostalgia. |
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En El Correo Catalán
trabajaron juntos por primera vez... |
Fue su mejor época, y
la mía también. Éramos un equipo
de gente joven, con unos nexos comunes, como lo eran el
antifranquismo, la democracia, el catalanismo en diferentes
niveles... En la redacción se gritaba mucho. Los
diarios se cerraban a las 3 o a las 4 de la madrugada.
Había muchas tertulias, colaboradores muy buenos.
Eran muy sabios. Huertas allí se lo pasó
muy bien. |
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¿Qué recuerda de
su manera de trabajar? |
Describía muy bien los
temas. No en la forma, porque él no era cuidadoso.
Pero era rápido, y había mucha fuerza en
lo que escribía. Sus reportajes tenían olor.
Muchas veces íbamos a las barracas. Él se
las sabía de memoria. Siempre quería ir
cuando llovía, para ver cómo se las apañaban.
En sus textos se percibía cada barraca, la lluvia,
¡el barro! El periodismo de Huertas tenía
vida. El periodismo de ahora está muy bien hecho,
pero le falta la vida, la calle. |
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¿Cómo vivió
usted el paso de Huertas por la prisión? |
Mantuvimos una fuerte relación
por carta. No podíamos explicar demasiadas cosas,
porque las censuraban. Él explicaba generalidades,
pedía libros. Y tú intentabas animarlo.
Recuerdo una carta en la que le decía que mi hija
quería que, cuando saliese, le diera su gorra de
presidiario. [Ríe.] Mi mujer le enviaba
pastelitos de coco, que, por cierto, no le llegaban. También
le envié una pipa, para que se relajase. Cuando
salió me la devolvió. No se había
acostumbrado. Es muy fuerte el tabaco de pipa. |
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«Siempre quería
ir a las barracas cuando llovía, para ver
cómo se las apañaban. En sus textos
se percibía la lluvia, ¡el barro!
El periodismo de Huertas tenía vida» |
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¿Y él cómo
vivió aquella experiencia? |
La prisión para él
fue un golpe muy duro. No estaba preparado. Dentro, se
daba golpes contra la pared y lloraba. Ésto me
lo explicó Kepa Aulestia, que fue compañero
suyo en la prisión. Después sería
secretario general de Euskadiko Ezquerra, pero entonces
era de la ETA. Kepa Aulestia sabía que si lo pillaban
iría a la prisión, pero Huertas entró
por una tontería. Además, le acababa de
nacer el niño, Guillem... |
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Los años posteriores a
la prisión tampoco fueron muy buenos... |
Creo que la salida le perjudicó
anímicamente. Salió como un héroe,
como un mito. Yo le decía «ve con cuidado,
porque ésto se acaba». Y un día se
acabó. Sufrió la crisis del Tele/eXpres,
se quedó sin empleo y nadie le daba trabajo. Estaba
muy marcado por su carácter, por su intransigencia.
Por entonces, los diarios no tenían ganas de conflictos. |
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Háblenos de sus influencias... |
Huertas estubo muy influenciado
por las lecturas del socialismo utópico. De ahí
le venía su vocación por los barrios, por
la marginalidad. Era obrerista. Cuando me hablaba de chimeneas,
de fábricas, de sirenas, yo le decía: «¡si
eso ya no existe!» [Ríe.] Y, periodísticamente,
era hijo de Manuel Ibàñez Escofet. Se querían
mucho y se parecían. Ibàñez también
era autoritario y paternalista... |
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«Huertas era
candeliano y el problema de Paco Candel fue el
mismo: no supieron evolucionar. Fueron demasiado
fieles a sus ideales, a un mundo que ya había
desaparecido» |
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¿Huertas era paternalista? |
Sí. Mirad, un día
le robaron el móvil en un bar. Llamó a su
número y escuchó que el teléfono
sonaba dentro del lavabo. Lo tenía un chiquillo.
Le dijo que el aparato era suyo y lo recuperó.
Al final, le pagó un café con leche al chico,
y le dio 20 euros. Decía: «pobre chaval...
Y, ¿qué iba a hacer si no?». |
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¿De dónde le venía
este paternalismo? |
Él era muy católico.
Tenía una comunidad en Gràcia y comenzó
a trabajar en publicaciones de la Iglesia, como Signo,
El Correo de Andalucía u Oriflama.
Era un católico sui generis, que atacaba
a la jerarquía. Sin embargo, en él había
un cristianismo profundo, muy sobrio. Por eso conectaba
muy bien conmigo, porque yo también lo soy. |
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¿Cómo vivió
sus últimos años como periodista? |
Huertas, periodísticamente,
era barrios, marginación, obreros... Por eso, últimamente,
tenía más dificultades para hacerse un hueco
en los diarios. Ahora, la prensa vuelve a hablar de la
pobreza, con crónicas que dicen que «hay
colas en los comedores públicos». Pero esto,
hace cuatro o cinco años, cuando éramos
el primer país de Europa, los diarios no lo querían.
Notabas que, si te dejaban publicar temas se estos, era...
«porque eres tú». |
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Entonces, ¿Huertas no supo
adaptarse a los nuevos tiempos? |
Él era candeliano
y el problema de Paco Candel fue el mismo: no supieron
evolucionar. Fueron demasiado fieles a sus ideales, a
un mundo que ya había desaparecido. Ya no se podía
tratar la pobreza como se trataba antes. La clase obrera,
como la entendía Huertas, ya no existía.
Ahora hay una clase media proletarizada, que no se siente
en el papel. No, no supo adaptarse. ¡Era un romántico! |
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