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Àngel Jiménez:
«Cuando veía algo claro, era inamovible»
Alberto Moral
 
Àngel Jiménez es una de las personas que vivió más de cerca el paso de Josep Maria Huertas por el Col·legi de Periodistes de Catalunya, del que es gerente. A pesar de trabajar en el mundo de las editoriales y las publicaciones, su relación con Huertas no se produjo por la vertiente profesional, sino por la personal. De jóvenes coincidieron en el pueblo y, más tarde, en la Associació de Veïns del Poblenou, donde los dos vivían. Tras el caso Huertas, su relación se fortaleció.
 
¿Cómo se conocieron?
Fue gracias a su mujer, Araceli Aiguaviva. En los años 70, ella venía a mi pueblo. Íbamos juntos a los guateques y a otras fiestas y reuniones. Era un año mayor que yo y teníamos grupos diferentes de amistades, pero «rambleábamos» por el pueblo. Un buen día, llegó Huertas. Tenía el pelo largo, gris. No aparentaba más de 30. Después, él y Araceli se casaron. Empezamos a encontrarnos en la Associació de Veïns del Poblenou, donde los dos vivíamos. Él militaba en el PSC y yo iba al PSUC. Tras su paso por la prisión, nuestra relación se fortaleció. Nuestras familias se avenían mucho. Pasamos mucho tiempos juntos.
 
Cuando Huertas ingresó en prisión, ¿cómo reaccionó su entorno?
Hubo una gran movilización. Su detención provocó la primera huelga de prensa. Además, al problema del artículo se le añadió otro cargo más grave: fue acusado de dar protección a un etarra llamado Wilson. Nosotros pensábamos que, por la presión, lo del artículo no duraría mucho, pero, cuando se supo lo de Wilson, las esperanzas se evaporaron. ¡Y todo por ayudar a alguien que, en aquel momento, luchaba contra el Régimen! A raíz de todo eso, Huertas recibió del ramo una ayuda incalculable.
 
Cuando salió, ¿notó algún cambio en su carácter? ¿Moderación, quizás?
No. Él era muy contestatario. Es cierto que, cuando murió el dictador, todo era alegría. Durante un tiempo, los periodistas tuvieron muy buena fama. Se les reconocían los méritos. La censura estaba desapareciendo. Pero, tras el Franquismo, él se mantuvo igual de fuerte. Aún había problemas.
 

«Cuando estuvo en la cárcel, hubo una gran movilización. Huertas recibió del ramo una ayuda incalculable»

 
¿Cómo fue la toma de contacto de Huertas con el Col·legi de Periodistes?
Después de entrar, se prepararon unas elecciones y él quería presentarse. Fue una candidatura complicada. Era una persona de ideas claras y, cuando veía algo claro, era inamovible. Nunca fue un hombre conformista y, en ocasiones, se enfrentó a poderes que le sobrepasaban.
 
Usted vivió de cerca la vida de Huertas en el Col·legi...

Cuando yo acababa de entrar, me ofrecieron hacerme cargo de la gerencia de El País. Era una buena oferta, pero no podía dejar plantado al amigo que me había ayudado a llegar dónde ahora estoy. Además, estábamos preparando las elecciones a decano. Al final, Huertas no lo consiguió. Lo podría haber hecho si hubiese aceptado configurar una candidatura con mujeres periodistas.

 
Háblenos de aquellas elecciones...
La noche antes de la elección, Montserrat Minobis encabezaba la candidatura. Ella pedía ocho de los 15 cargos para las mujeres, si no recuerdo mal. Huertas sólo estaba dispuesto a aceptar cuatro. Aquel toma y daca provocó que, finalmente, retirara su candidatura. Quedaron Josep Pernau y Montserrat Minobis. Pernau quería incorporar a Huertas en la junta, pero ella se negó. Durante un tiempo, desapareció, hasta que volvió como vocal, motivado por la Comisión de Cultura.
 

«Era dinámico y los más jóvenes lo tenían como un espejo en el que mirarse. En las redacciones, daba trabajo a los más jóvenes»

 
De entre sus trabajos periodísticos, ¿cuál destacaría?
Para mí, el más importante es el libro Tots els barris de Barcelona, hecho con Jaume Fabre. No está novelado, pero es una obra de consulta ideal, de cariz enciclopédico, que recoge toda la información relacionada con los barrios de la ciudad hasta los años 70. Está lleno de anécdotas: empresas, monumentos, cosas que ya no están... Ofrecía toda la información perfectamente parcelada. Hasta rescataba algunos documentos de la República. Un buen ejemplo fue la recuperación del monumento de la Plaza Tetuán.
 
Cuando murió Huertas, ¿Barcelona perdió a su cronista más importante?
El título de cronista de la ciudad desapareció cuando murió Sempronio, que era quien lo había recibido de manos del propio Ayuntamiento. Hoy, nos queda Lluís Permanyer, aunque él nunca ha aceptado ser reconocido como tal. En todo caso, él y Huertas son diferentes. Permanyer es de sangre reflexiva, mientras que Huertas era de sangre caliente. Y, además, creó escuela: los «huertamaros».
 
¿Cómo influyó Huertas en su generación?
Transmitía un gran dinamismo y los más jóvenes lo tenían como un espejo en el que mirarse. En las redacciones, siempre destacó a la hora de dar trabajo a los más jóvenes, como Eugenio Madueño, Carles Geli, Juanjo Caballero... Todos nacieron cuando Josep Maria los cogió. Con él, se perdió un gran maestro.
 
Defínanos a Huertas con una palabra...
En lo personal, solidario. Siempre te preguntaba: «¿eres feliz?». Y colaboraba con muchas ONG sin decir ni pío. Y, profesionalmente, ético. Yo lo destacaría por eso. Luchó mucho por eso.