Comentario a «En esta que admiráis de piedras graves», por José María Micó

La reina Margarita de Austria murió de sobreparto el lunes 3 de octubre de 1611, después de darle a Felipe III su octavo hijo (el infante don Alonso, muerto antes de cumplir un año y llamado el Caro precisamente por haberle costado la vida a su madre). Se celebraron honras fúnebres a ambos lados del Atlántico; el trance provocó una lluvia de poemas, y no hubo rimador, de Lope de Vega o Ledesma a Gabriel de Ayrolo Calar o fray Andrés Márquez, que no se creyese en la obligación de exponer con variable habilidad 'el llanto de sus reinos' y 'la trompa de su fama' (cfr. la décima «Ociosa toda virtud» [M 151]). Para hacerse una idea, bastará mencionar los desvelos de algunos autores de nombre: una larga elegía en tercetos de Bartolomé Leonardo (núm. 158: II, págs. 42-51), un soneto y una canción elegíaca de Jáuregui (Rimas, núms. X y XVIII, págs. 32 y 42-45), unas octavas de López de Zárate (II, págs. 167-168), un soneto de Soto de Rojas (pág. 246), dos de Saavedra Fajardo (Antología de la poesía barroca murciana, págs. 49-50), tres de Villamediana (Obras, edición de Madrid, 1635, págs. 150-151, 152 y 157-158)...

Góngora no fue el menos prolífico: dedicó al asunto una octava, dos décimas (M 156 y 151) y tres sonetos (M 318, 319 y 320). Aun dejando aparte las composiciones burlescas sobre los túmulos erigidos en otras ciudades andaluzas (M 315 y 326), seis variaciones sobre el mismo tema pueden parecer muchas si no se tiene en cuenta que, stricto sensu, fueron dos ocasiones diferentes las que inspiraron los poemas de ese pequeño ciclo: la presente octava y las dos décimas son inscripciones pensando en el óbito y en el sepulcro de la Reina; los tres sonetos están dedicados al túmulo erigido en Córdoba, y por tanto pudieron mediar semanas y aun meses entre la composición de unas y otros. Significativamente, los tres sonetos llevan en Ch la fecha de 1612; no obstante, todos esos textos son del «último trimestre de 1611» (Foulché-Delbosc, nota manuscrita citada por Millé, núm. 318), porque aparecieron en la Relación de las honras... (Córdoba: viuda de Andrés Barrera), aprobada ya en enero del año siguiente (cfr. B. J. Gallardo, Ensayo, III, col. 161, núm. 2453).

No fueron pocos los poetas que recurrieron al «durable aroma» del «holocausto eterno» (en palabras de Soto de Rojas), porque la muerte no suele tener consecuencias originales; don Luis, nacido para los juegos de ingenio, extremó su pericia, moviéndose a menudo en el resbaladizo terreno de lo grotesco (cfr. H. Ziomek, Lo grotesco en la literatura española del Siglo de Oro, Madrid, 1983, pág. 205). La clave de la siguiente octava, «toda traslaciones y con tres hipérbatos» (Angulo y Pulgar, Epístolas satisfactorias, fol. 40r), está en la elaborada alusión al ave Fénix, quizá la más compleja de las muchas que pueblan sus sonetos fúnebres (cfr. especialmente M 270, 320 y 365).

 

Diéresis en el v. 3, süaves.