Comentario a «Las duras cerdas que vistió celoso», por José María Micó

Como Felipe IV era aficionado a las cacerías, son innumerables los poemas dedicados a sus proezas cinegéticas. En el Anfiteatro de Felipe el Grande, Pellicer da cuenta del caso más sonado: el 13 de octubre de 1631, durante las fiestas por el cumpleaños del Príncipe Baltasar Carlos, el arcabuzazo con que el monarca mató un toro bravo inspiró a casi cien poetas de distinto plumaje, entre ellos Lope y Quevedo (cfr. B. J. Gallardo, Ensayo, III, cols. 1116-1119, y véase J. Deleito y Piñuela, El Rey se divierte (recuerdos de hace tres siglos), Madrid, 1955, págs. 269-173, o R. Jammes, pág. 271 n. [323-324]). Basta leer un par de poemas al azar para advertir que el género tenía sus servidumbres: la majestad del tirador, el rayo fulminante de Júpiter y la metamorfosis de Marte, el tino del disparo, la dicha del animal herido... Góngora se estrenó en la lid con el soneto «Teatro espacïoso su ribera» (M 360), escrito en 1621, cuando el rey llevaba pocos meses en el trono. También la infanta María, hermana de Felipe IV, hacía de cuando en cuando sus pinitos venatorios, y a su disparo de 1625 en Aranjuez no le faltaron cantores: Millé menciona poemas de Lope (Obras sueltas, IV, pág. 118), Quevedo (núm. 204, con versos robados a Góngora, por cierto) y Paravicino (Obras póstumas, fol. 66v), a los que añade Jammes una silva de Antonio Hurtado de Mendoza (III, págs. 99-102). Todos se mostraron cortesanos «jusqu'au bout» (como dice Jammes de don Luis, pág. 271 [324]) y convinieron en «que una fiera es capaz de muerte hermosa» (Mendoza); pero Góngora es el menos prolijo y el más ingenioso, porque las inevitables alusiones mitológicas derivan en un agudo concepto astronómico -forzado en parte por los tópicos de la poesía áulica- que le sirve, de paso, para aludir elogiosamente a la política real: si la cazadora infanta es Cintia, la Luna, su hermano es el Sol que deshace la niebla.

La alabanza final no parece escrita a la buena de Dios, y es posible que don Luis se esté refiriendo a algunos lances concretos de las relaciones internacionales de Felipe IV, porque los comentaristas mencionan explícitamente «la liga que hacen contra él otras envidiosas naciones» (Angulo y Pulgar). En tal caso, los hechos de guerra más sonados de aquellos meses fueron la rendición de Bredá y el ataque inglés contra Cádiz, este último consecuencia, por cierto, del fracasado proyecto de matrimonio entre el Príncipe de Gales y la misma infanta María. Entre burlas y veras, Góngora menciona ambos episodios en sus cartas de julio y noviembre (M 116, 117, 121: cfr. D. Alonso, «El sitio de Bredá»), donde no faltan alusiones a los continuos «Consejos de Estado y Guerra» y a la «gran demostración» que «Su Majestad quiere hacer... el año que viene». La hostilidad del inglés Carlos I parece más adecuada a las circunstancias del poema, pero basta leer la explicación marginal del ms. Chacón: «Corrió voz de una liga entre algunos Príncipes cristianos en la cual no entraba el Rey Nuestro Señor, al mismo tiempo que Su Majestad mandó hacer algunas prevenciones de guerra». Se trata sin duda de la liga promovida por Richelieu y de los azares bélicos de Flandes o la Valtelina.

El madrigal tiene dos partes muy claras de extensión parecida (versos 1-7 y 8-15), y no es extraño, por tanto, que Angulo y Pulgar distinguiese equivocadamente dos «estancias», aun advirtiendo que la segunda «tiene un verso más y diferente cadencia, mas no falta por eso en la primera verso alguno» (P, fol. 155v).

 

Madrigal  A  b  b  A  A  c  C  D  e  f  f  D  e  G  G.

Hiato o diéresis en el v. 5, glorïoso. Hipérbatos (4, 5); fórmula no B, sí A (11-12).