Comentario a «Moriste en plumas no, en prudencia cano», por José María Micó

En 1614 le llegó a Góngora -ignoro por qué cauces- la falsa noticia de la muerte de don Pedro Fernández de Castro, séptimo Conde de Lemos y a la sazón Virrey de Nápoles. Lo más seguro es que se propusiese entonces escribir una larga elegía panegírica, que quedó interrumpida al desmentirse el rumor: «No acabó esta canción porque supo luego no ser cierta la nueva muerte del Conde» (nota marginal de Ch). Quizá llegaron a España, ya muy deformadas, las nuevas sobre la actividad obsesiva del Conde en su virreinato: «abrazó mucho, y por sus enfermedades le ordenaron los médicos que no trabajase tanto» (José Raneo, Libro donde se trata de los virreyes lugartenientes del reino de Nápoles y de las cosas tocantes a su grandeza [1634], en Colección de documentos inéditos para la historia de España, XXIII, Madrid, 1853, pág. 300; cfr. también A. Pardo Manuel de Villena, Un mecenas español del siglo XVII. El conde de Lemos, Madrid, 1911, pág. 131).

El poema forma parte de una serie de tentativas épicas fallidas o inacabadas anteriores al Panegírico (cfr. R. Jammes, págs. 253-254 [303]) y recoge un buen puñado de tópicos de la laus (nacimiento ilustre, excelente educación en armas y letras, prudencia en la mocedad, el ejercicio de la caza...) y de la poesía funeral (cfr. E. Camacho Guizado, La elegía funeral en la poesía española, Madrid, 1969, págs. 188 y 194), pero no faltan imágenes bellamente elaboradas (cfr. en particular los versos 43-45).

Hay variantes problemáticas que en algún caso nos pueden obligar a modificar el texto de Ch. En el v. 29, la segunda persona de K no es necesariamente mejor que la tercera de los demás manuscritos: el poeta ha cambiado por un momento de interlocutor y habla con la envidia (24-28), refiriéndose a la vida del Conde -el del resto de la composición- como «aquel vital estambre». Es más difícil decidirse ante las variantes del ms. N (12 y 36). En el primer caso, no parece verosímil que el acusativo griego sea mero error del copista; me decido a aceptarlo como lectio difficilior (cfr. la canción «Sobre trastes de guijas», 14). En cuanto al v. 36, dignamente hace sentido y evita el retintín de cultamente con el vulto del verso 37, pero se acomoda peor al tópico equilibrio de armas y letras con que se define la educación del Conde. Como hemos tenido oportunidad de comprobar en otras ocasiones, el texto de N fue corregido y alterado a la vista de alguno de los modelos de Ch, y así, tras la revisión, coincide con él en numerosos detalles significativos (los epígrafes, las grafías, la redacción definitiva de algunos pasajes, los leísmos...): en este caso concreto se añadió el título, se corrigió el error del v. 18, se modificó alguna grafía y, en cambio, no se alteró la lectura variante de los vv. 12 y 36.

 

Canción  A  B  C,  B  A  C : C  D  D  e  F  F  e  G  G.

Tras el verso de enlace, «la sirima se compone de un juego de rimas pareadas en los endecasílabos, truncado por dos eptasílabos [sic] con la misma rima» (E. Segura Covarsí, La canción petrarquista, pág. 207). El predominio de los endecasílabos da solemnidad al conjunto; el error de T. Navarro Tomás al definirla como «silva densa y grave» (Métrica española, § 158) confundió  a R. Baehr (Manual de versificación española, Madrid, 1970, pág. 379, n.). Sinéresis con sinalefa en rio africano (5); aspiración de la h en el v. 21.