Comentario a «Levanta, España, tu famosa diestra», por José María Micó
En mayo de 1588, pocos días antes de que la Invencible zarpase de Lisboa, el obispo de Córdoba, Francisco Pacheco, ponderó ante el cabildo «la grave necesidad que había de hacer rogativas por el feliz suceso de la Armada...: determinóse que se hiciesen varias procesiones generales, fiestas a Nuestra Señora, y otras plegarias que, por altos juicios de Dios, no tuvieron efecto» (Juan Gómez Bravo, Catálogo de los obispos de Córdoba, citado por R. Jammes, pág. 213 [254]). Eran también los tiempos de la visita pastoral al cabildo cordobés, y a finales de julio el obispo Pacheco decidió examinar la conducta de los beneficiados (cfr. M. Artigas, pág. 62; Millé, apéndices I y II, y D. Alonso, «Los pecadillos de don Luis de Góngora», en Obras completas, VI, págs. 51-76). No había mejor momento para escribir una oda a la Armada, y no cabe duda de que uno de los móviles de Góngora fue la necesidad de congraciarse con el obispo (cfr. R. Jammes, págs. 212-214 [253-255]), porque las declaraciones de racioneros y canónigos acabarían poniendo en evidencia su escasa afición a las obligaciones del cargo y su interés por las «fiestas de toros» y las «coplas profanas».
Precisamente algunas de aquellas coplas muestran la verdadera actitud del poeta (desenfadada, indiferente o burlesca) ante los asuntos más serios y graves de la política de entonces, y en un romance citado por Jammes («Ahora que estoy despacio» [M 8], que ha de ser posterior a la canción, y no de 1582) parece recordar irónicamente sus desvelos épicos:
Góngora no sintió nunca una auténtica propensión a lo heroico, y la canción a la Armada, lejos de ser una «oda nacional» impregnada de sincero y orgulloso patriotismo (según opinaba la crítica anterior a Jammes), es, como casi todos los poemas de su género, una obra de circunstancias en la que el poeta supo, a pesar de todo, enlazar su extraordinaria capacidad expresiva con el recuerdo de motivos bíblicos o profanos y el ejemplo de autores ilustres y admirados como Fernando de Herrera. El eco de Petrarca no se limita al v. 51, y esa cita viene a ser el reconocimiento a una de las fuentes de inspiración más importantes del poema: los tres sonetos del Canzionere contra la corte papal de Aviñón (CXXXVI-CXXXVIII). A Petrarca y a la canción de Herrera por la victoria de Lepanto se debe el tono apocalíptico de algunos pasajes. Varias coincidencias puntuales con las Soledades (particularmente con algunas imágenes marítimas del discurso del serrano) demuestran que, más que insuflar ánimos bélicos, a Góngora le interesaba ensanchar su propio lenguaje poético y dar forma satisfactoria a algunas metáforas obsesivas.
El poeta se esmeró en su imprecación contra Inglaterra y su reina (que recoge acusaciones dichas con más gracia en el célebre romancillo autobiográfico de 1587), pero conviene advertir que el 'tema inglés' termina en el verso de Petrarca y que en las dos últimas estrofas el poeta exhorta a España a que no descuide las acometidas del turco, con una petición muy concreta (para o vara tus galeras, v. 77) que no dejó de desconcertar a algunos copistas. Así, el tema de la composición no es propiamente entusiasmo por la segura victoria contra los ingleses («Febo engañó al poeta», como dijo Artigas, pág. 66), sino la exaltación de España contra los enemigos de su fe: «Canción a España» la llamó Angulo al ponerla como ejemplo de un poema «anterior al Polifemo» y lleno ya de «transposiciones y translaciones» (es decir, 'hipérbatos y metáforas': Epístolas satisfactorias, Granada, 1635, fol. 39r).
Entre los poemas dedicados a la Invencible destacan dos canciones de Cervantes (núms. 171 y 172, págs. 359-369, una anterior y otra posterior a la derrota: «a tu león pisado le han la cola») y muchas añoranzas de Lope de Vega (desde el soneto 46 de las Rimas hasta la Égloga a Claudio: véase J. Millé, Estudios de literatura española, págs. 103-149). Aunque tanto ellos como don Luis recogen viejos tópicos del género (la diestra justiciera, la voluntad divina, el fulgor de las armas, el agua ensangrentada, las banderas al viento, «los árboles portátiles de España»...), son a mi entender los únicos autores que se libran del convencionalismo expresivo de otras canciones patrióticas, llenas a menudo de versos o ideas de don Luis (comp.. por ejemplo, las de Luis Martín de la Plaza incluidas en el Cancionero antequerano, núms. 265-266, págs. 357 y sigs.).
Esta canción se publicó por vez primera en las Flores de poetas ilustres (1605), por cierto junto a otra de Agustín de Tejada sobre el mismo tema y de estrofa casi idéntica. El estudio de las variantes muestra a las claras que Góngora revisó el texto y que la versión más primitiva es la publicada por Espinosa. Los retoques fueron posteriores, lógicamente, a la estancia de Góngora en Valladolid (1603), pero anteriores, con un par de excepciones (versos 5 y 17), a su traslado definitivo a la Corte, porque figuran ya en el manuscrito Alba (A), que no contiene poemas escritos después de 1617 (cfr. J. Millé, «Un importante manuscrito gongorino», pág. 373). Alguna vez son simples correcciones o precisiones (24,32,75,77), pero en otros casos se advierte la mano maestra del poeta, inclinándose por el asíndeton y el hiato (34, 91), intensificando o moderando alguna de sus expresiones (5, 49), volviendo a su primer interlocutor (España, y no Felipe II: 76) y elevando, en fin, el valor estético de su poema (13). En el v. 47 corrijo el texto de Ch. El sujeto de teñirá (28) es Océano, pero la lectura de F es comprensible por el uso constante de la segunda persona.
Canción A B C, B A C: C D D E e f F G H g H.
El envío repite el esquema de los seis últimos versos de la sirima. Diéresis en los versos 20, 30 y 91; aspiración de la h en 62.