Autor: TODA, Eduardo
Título: Historia de La China

Edición: El Progreso Editorial
Año: 1893

Localización: Biblioteca Universitat Pompeu Fabra, Barcelona
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5.502 palabras / 33.045 caracteres

Localización y transcripción: David Martínez Robles


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CONTINUACIÓN DE LA DINASTÍA TSING

AL morir KÍA-K'ING en 1821, eligió para sucederle en el trono á su hijo TAO-KUANG, queriendo así recompensar el valor que mostró cuando los afiliados a la secta secreta de los Pe-lien-kiao atacaron su palacio y amenazaron su vida. Pero el nuevo monarca aparecía en la historia en circunstancias harto difíciles para un pueblo, y prescindiendo de juzgar sus propósitos, que se determinan mal en el poco tiempo transcurrido después de su reinado, con sólo apreciar los hechos ocurridos se ve que vivió abandonado por la fortuna, y que atrajo á su país las mayores calamidades y vergüenzas.

Ni un solo instante las provincias chinas se vieron libres de bandas de rebeldes que proclamaban un principio político cualquiera, ni de gavillas de ladrones que con mayor modestia nada proclamaban, limitándose á saquear aldeas y caseríos. Levantóse en 1828 el Turquestán, porque sus habitantes no pudieron resistir por más tiempo las depredaciones de las propias autoridades chinas: en 1830 se sublevó la isla Formosa: más tarde les tocaba el turno á los montañeses de la provincia de Cantón. No se apaciguó un momento la discordia que ardía por todas partes.

Esta situación vino á complicarse con las dificultades económicas que surgieron en las ciudades de la costa con motivo de la escasez de numerario y de plata, y del comercio que los diferentes pueblos europeos y especialmente los ingleses, hacían en sus puertos. Hasta la segunda mitad del siglo XVIII los portugueses conservaron la supremacía y aún casi el exclusivismo del trafico extranjero en la ciudad de Cantón y en algún otro puerto de las vecinas costas, siendo los primeros que llevaron el opio de la india a los mercados chinos y que enseñaron a sus moradores el uso de la droga, tan fatal por sus perniciosos efectos físicos y económicos. Sólo hacia el año 1780 la Compañía inglesa de las indias orientales hizo las primeras expediciones directas en buques de su nación, estacionando cerca de Macao dos pequeños barcos para que sirvieran de almacenes ó depósitos de opio. Las naves inglesas que se dedicaban al comercio general, iban a China desde últimos del siglo XVII.

El consumo del opio se generalizó rápidamente por la costa, pagándose por él un precio que llegó, a ascender hasta 550 duros por caja. Y como el número de éstas era considerable y su importe se recibía en plata que se exportaba a la India, resultó naturalmente que al cabo de cierto tiempo todos los mercados chinos se resintieron por la falta de numerario, que no compensaba el crecido precio pagado por los europeos para las sedas, el té y demás artículos chinos que enviaban a Europa. Sin embargo como desde un principio se adoptó el sistema de comprar el silencio de las autoridades indígenas y éstas recibían de los traficantes de opio crecidas sumas de dinero, no se reveló el mal durante muchos años y á lo sumo se afectó querer remediarlo con la publicación de proclamas inútiles que nadie obedecía y con el señalamiento de penas que no se impondrían jamás por falta de delincuentes.

El mal del opio se fué agravando á principios del siglo actual, hasta el extremo de que se estacionaron los depósitos en el mismo río de Cantón. Además empezaron á enviarse expediciones á diferentes puertos de la costa, recordándose que una de ellas, la de la fragata Jamesina conducida á Fuchao en 1831 vendió opio por valor de 330.000 duros. Así, mientras por una parte se envenenaba al país, por otra se sustraían del mercado las especies necesarias para los cambios, que necesariamente debían alterar en modo sensible el curso de los negocios.

Desde el año 1830 empezaron las autoridades provinciales á dirigir memoriales al emperador quejándose de la gran exportación de plata que se efectuaba en sus respectivos distritos por causa de la referida compra del opio. Uno de los virreyes del Sur llegó á precisar el cálculo de que salían anualmente del Kuang-tung 30 millones de taels (27 reales) anuales; del Fo-kién, 10 millones; del Che-kiang, 10 millones; del Kiang-su, 10 millones y del Chi-li, 20 millones: cifras que evidentemente eran muy exageradas. El virrey del Che-kiang, en 1833 exponía al emperador que no encontraba en las leyes penalidad alguna contra la inconsiderada exportación de la plata, que sumiría al pueblo en la mayor miseria.

Conmovido TAO-KUANG, envió esta última exposición al Tribunal del crimen de Pekín, por cuya autoridad se decidió que la exportación del oro amarillo y de la plata blanca fuese castigada de igual manera que la exportación clandestina del arroz ú otros granos, es decir, con la pena de muerte. Ordenóse además que el comercio con los bárbaros sólo se tolerase cambiando productos por productos, y que se considerasen como tales las piezas de plata de cuño extranjero, cuya importación y exportación no quedaban limitadas.

Contra este acuerdo protestó HUNG TSEU-TSÉ, censor de la provincia del Fo-kién, manifestando que el pueblo se había acostumbrado al uso de los duros de plata por la facilidad de contarlos y transportarlos de un punto á otro: que en las provincias del Kuang-tung, Fo-kién, Kiang-si y Kiang-su se habían hecho por los chinos piezas de cuño hispano-americano con plata pura del país: que esta costumbre no podría impedirse el día que se quisiera exportar la plata, y por lo tanto que procedía castigar la fundición de moneda extranjera en igual forma que se castigaban las falsificaciones de la moneda china. De otro modo, añadía el censor "todos los tesoros de nuestras tierras irán á satisfacer la codicia de los barbaros, perjudicando la China por miriades de años."

Sin embargo, tal estado de cosas hubiera durado aún bastante tiempo, á no haber expirado en 1814 el privilegio de la Compañía de las indias, bajo cuya égida se efectuaba el comercio inglés en Cantón. Como éste era muy considerable y en las factorías habitaba un número crecido de súbditos británicos, el gobierno de Londres creyó llegado el caso de nombrar un delegado oficial ó superintendente de dicho comercio, enviando á China con este carácter al honorable lord NAPIER, quien llegó á Macao el día 15 de Julio del año antes citado.

Este nombramiento fué causa de las serias dificultades que luego envolvieron á los ingleses con las autoridades chinas. El virrey de Cantón, LU, no pudo acostumbrarse á la idea de que debiera tratar como igual suyo á un funcionario extranjero; por ello devolvió sin abrir las cartas expedidas desde Macao por lord NAPIER; tomó á éste como un mercader más, y se negó á seguir con él relaciones oficiales de ningún género, en su supuesto de que cuantos extranjeros llegaban á China para comerciar "venían con el tributo y se colocaban bajo la regeneradora influencia del glorioso sol del Celeste Imperio, pues de otra manera, ¿qué iban á hacer aquí? ¿por qué venían? "

Creyendo tener en Cantón mejor fortuna, lord NAPIER abandonó Macao trasladándose á la capital provincial china, pero en sus primeros pasos hubo de tropezar con grandes obstáculos para el desempeño de su misión. Investido con cierto carácter diplomático aunque sólo fuera cerca del virrey, llevando plenos poderes consulares para gobernar el comercio de los súbditos británicos, y teniendo una patente de su gobierno, es evidente que no podía someterse á la costumbre establecida de pedir permiso á las autoridades locales para entrar en Cantón, ni á la de que los comerciantes chinos del hong quedaran responsables de sus actos. Á este respecto hemos de explicar muy sumariamente la manera cómo hace sesenta años se hacia el comercio en el puerto de Cantón.

Fuera de la ciudad en el sitio ocupado por la actual Aduana, existían las factoría extranjeras, sitio reservado á los europeos, donde éstos habían construido cómodas casas y tenían además los almacenes. En el río, entre Whampoa y Cantón quedaban anclados los buques de todas las naciones, pero principalmente ingleses, que iban a China a buscar sus productos especiales como el té y la seda, y á vender los articulo s europeos que lentamente iban introduciéndose en la economía doméstica de los celestiales.

Las autoridades chinas nunca quisieron tratar directamente con los comerciantes extranjeros, ni con ellos tuvieron relaciones de ninguna clase, dándoles sus órdenes, percibiendo las rentas fiscales y regularizando el tráfico por conducto de los hong merchants, institución de chinos mercaderes, gentes ricas por cuyas manos pasaba el comercio exterior y que eran á la vez intermediarios entre los mandarines y las factorías y fiadores de la conducta que los habitantes de éstas y los capitanes de los buques pudieran observar en Cantón.

Lord NAPIER no quiso ni recibir á los hong merchants; insistió en Cantón para comunicarse por escrito con el virrey bajo el pie de una perfecta igualdad y declaró que no se sometería á ninguna de las prácticas que pudieran hacerle pasar como dependiente ó subordinado á la autoridad imperial. El virrey respondió con no menor arrogancia, mandando suspender el comercio inglés en Cantón é interrumpiendo las comunicaciones entre las factorías y la la rada de Whampoa. En realidad el día 2 de Septiembre acababan las relaciones mercantiles de Cantón, no sólo con los ingleses, sino para todos los países, y ante los perjuicios que tal resolución originaba, lord NAPIER ordenó á dos fragatas de guerra de su nación, la Andromache y la Imogene que subieran el río y se quedaran en Whampoa para proteger á los buques extranjeros. Al entrar por el delta del río de las Perlas, las baterías de los fuertes de la Boga dispararon contra las naves británicas, las cuales como es de suponer respondieron en el acto apagando el fuego enemigo. Un bote armado al mando de un teniente subió hasta Cantón y desembarcó la gente para amparar las factorías.

A su vez los chinos se dispusieran para la resistencia, levantando nuevos fuertes en las orillas del río, y reuniendo gente armada en las inmediaciones de Whampoa, resueltos á impedir el paso de las fragatas si éstas intentaban subir hasta Cantón. A las dificultades consiguientes á este estado de cosas, se agregó la enfermedad de lord NAPIER, quien debilitado por el calor y por la reclusión á que se habla visto condenado en Cantón, contrajo muy grave dolencia. En busca de mejor clima y en tanto recibía la respuesta de los despachos enviados á su gobierno, resolvió trasladarse á Macao, donde llegó el 21 de Septiembre. Quince días después falleció siendo enterrado en el cementerio protestante y luego conducido á Inglaterra.

Entonces las autoridades chinas levantaron la prohibición impuesta al comercio extranjero, refirieron lo ocurrido á Pekin, y obtuvieron el siguiente rescripto imperial que da idea del carácter que el monarca chino reconocía á los enviados extranjeros:

-"Los bárbaros ingleses tienen un mercado en el Imperio y hasta ahora no han escrito comunicaciones oficiales á los gobernantes. Sin embargo es necesario que entre ellos haya una persona de autoridad para que dirija sus negocios, por lo cual el virrey ordenará inmediatamente á los hong merchants que á su vez manden á dichos bárbaros que escriban á su tierra para que se efectúe el indicado nombramiento de un taipan ó persona que dirija los asuntos comerciales según las antiguas costumbres."

Los subsiguientes comisionados: nombrados por Inglaterra se amoldaron mejor a las exigencias chinas; los negocios siguieron su curso, y quizás nada extraordinario: hubiera ocurrido, á no sobrevenir la crisis monetaria que despertó en Pekín la idea de reprimir á toda costa el contrabando del opio en los puertos del Imperio.

La desaparición de la Compañía de las indias no influyó para nada ni en la producción del opio en Patna. Malwa y Benares, ni en su exportación á China, ni en su manera de venderlo á los indígenas del Celeste Imperio. Los barcos-depósitos siguieron estacionados en Lintin y otros puntos de la costa: los ligeros cruisers subieron al canal de Formosa y al mar Amarillo abarrotados con la preciosa droga, y en todas partes hallaron compradores dispuestos á pagar un buen precio por ella y á introducirla en el país, á despecho de las proclamas y prohibiciones más ó menos platónicas de las autoridades.

En el fondo se debe reconocer que casi todas estaban interesadas en tal comercio, recibiendo cuantiosos regalos que se repartían desde los virreyes hasta los últimos escribientes de las oficinas. El contrabando era hecho con frecuencia por los mismos cañoneros y juncos de guerra, pudiendo afirmarse que se había creado una solidaridad tal de intereses, suficiente para impedir el cumplimiento de las leyes dictadas contra la importación del opio. Más aún: esta convicción pesó en el ánimo de algunos estadistas de Pekín, que como el Presidente del Tribunal de Sacrificios HU NAI-TSI, dirigieron memoriales al emperador exponiendo que para evitar mayores abusos convendría legalizar de una vez este comercio. Tal fué también la opinión del nuevo virrey TANG TING-CHING y de otras autoridades de Cantón; pero contra ella se levantaron los dictámenes de los censores y las mismas iras del emperador, quien mandó extremar el rigor en la persecución de la droga.

Y en efecto, la represión fué más severa durante los años 1837 y 1838. Muchas autoridades se negaron á ser cómplices en el contrabando, y trataron de hacer efectivos los vigentes mandatos del soberano. En Abril de este ultimo año fué estrangulado públicamente en Macao, por los chinos, un indígena cogido en flagrante delito, y otros sufrieron mil torturas y castigos, sin que á pesar de ello se lograra ni disminuir siquiera tal comercio. Deseoso de impresionar con el ejemplo, el virrey de Cantón mandó cortar la cabeza á un contrabandista en el recinto mismo de las factorías extranjeras, cuyos moradores estaban casi todos dedicados al tráfico del opio; éstos se opusieron á que la ejecución se llevara á efecto en tal lugar, y acometieron á los chinos, resultando de la colisión un ataque en regla á las casas de los europeos que duró tres horas, y que la llegada de la policía evitó que se convirtiera en regular saqueo.

La situación era cada vez más tirante, porque además los chinos trataron de evitar el contrabando que en el río hacían unas cincuenta pequeñas embarcaciones tripuladas por ingleses y americanos, y armados en guerra para resistir cualquier ataque de los cañoneros chinos. Las autoridades locales lograron que el capitán ELLIOT, superintendente inglés del comercio, ordenara la suspensión de sus viajes por el río, pero los dueños y armadores se negaron á obedecerle. Finalmente los chinos exigieron que se hiciera salir de Lintin á los buques-depósitos de opio que servían para recibir la droga de la India y expenderla á los contrabandistas.

El malestar general del comercio inglés aumentó cuando fueron conocidas las intenciones del emperador, de acabar a todo trance con el comercio del opio, á cuyo efecto envió a Cantón en calidad de comisario imperial á LIN TSEH-SU, gobernador del Hu-kuang.

LIN llegó a Cantón el día 10 de Marzo de 1839. Una semana mas tarde reclamó que le fueran entregadas todas las cajas de opio que se hallaban en poder de los europeos, y tal fué la energía de su demanda, que reunidos éstos en las factorías de Cantón, acordaron suscribir y remitirle 1.037 cajas. Sabía perfectamente el comisario que existía mayor cantidad en sus almacenes, y tras una negociación breve y activa, en la cual mostró una firmeza casi desconocida entre los chinos, encerró á los europeos en sus factorías, mandó salir de ellas a todos los criados chinos, suspendió el comercio en el río y declaro que no volverían las cosas á su normal ser y estado hasta que tuviera en su poder el opio de los veintidós buques que se hallaban en Lintin.

Fué en vano la protesta formulada por el capitán ELLIOT: el día 21 de Mayo todo el opio reclamado, que ascendía á 20.283 cajas y valía unos 11.000.000 de duros, fué recibido en almacenes situados junto á los fuertes de la Boga, y algunas semanas más tarde era destruido en grandes zanjas, donde fué mezclado con agua y cal y luego echado al río.

La protesta del comisionado inglés debía tener ulteriores consecuencias. Desde luego ELLIOT ordenó á todos los ingleses que se retiraran de Cantón, y prohibió á sus buques subir el río. El comisario LIN hubiera deseado restablecer el comercio, pero ante las disposiciones del delegado británico, no quiso á su vez ceder y declaró que los ingleses no podían traficar en el puerto de Cantón desde el 6 de Diciembre de 1839.

Agravada la cuestión en términos tales, pareció á todos que no podía resolverse más que por la fuerza. y en efecto, el aviso de guerra Ariel llegó á China en Abril de 1840, anunciando que el gobierno inglés había decidido recurrir á las armas, si el emperador se negase á satisfacer todas sus reclamaciones.

En Junio de 1841 llegaron á China las fuerzas navales destinadas á la expedición, consistentes en 5 fragatas, 3 vapores y 21 transportes, y su primera operación fué ocupar la bahía é isla de Tinghai, frente á Ningpó. Eran jefes de las fuerzas británicas, y estaban además investidos con el carácter de plenipotenciarios, el almirante G. ELLIOT y el capitán ELLIOT, anterior superintendente del comercio en Cantón. Imprimiendo algún vigor á las operaciones; mientras por un lado transmitían á Pekín una copia de la carta escrita por lord PALMERSTON al emperador, por el otro bloqueaban los puertos de Emuy y Ningpó y las bocas de los ríos Min y Yangtse. Subiendo la escuadra hacia el Norte, apareció en la desembocadura del Peiho, donde el capitán ELLIOT pudo entregar la carta al virrey HISHEN, quien se comprometió á remitirla á su destino y entregar la contestación antes de diez días. El mismo HISHEN fué autorizado para llegar á un arreglo con los ingleses, y por mutuo acuerdo los plenipotenciarios resolvieron reunirse en Cantón, donde podrían con mayor facilidad conocer la verdad de los hechos ocurridos. En tanto, en los puertos bloqueados había continuas escaramuzas con los chinos, que procuraban hallar el modo de echar á pique á los buques británicos.

En Cantón LIN se había preparado para resistir el ataque de los ingleses, aumentando los fuertes de la Boga y reuniendo tropas en los alrededores de la ciudad, cuando recibió la orden de presentarse en Pekín con la velocidad del rayo. El emperador le degradaba juzgándole con la mayor severidad. "No sólo ha probado ser incapaz, decía, para evitar el comercio, sino que ni siquiera ha podido detener á los indígenas culpables. Sólo supo pronunciar palabras vacías, y en vez de evitar la discordia,. ha levantado olas de confusión y provocado una miriade de desórdenes: obró como si tuviera atados los brazos, como si no supiera lo que hacía, como si fuera una imagen de madera. Al considerar estos hechos, mi corazón se llena de pesar y melancolía."

Empezadas las negociaciones en Cantón en Noviembre del mismo año, hubieron de interrumpirse cuando los ingleses formularon su petición de que les cedieran la isla de Hongkong. Negóse á ello KISHEN, y al instante se rompieron las hostilidades, apoderándose los ingleses de los fuertes de Chuen-pi y Tai-koktau. La lección no pasó desapercibida para el plenipotenciario chino, quien convencido de que no tenía medios serios de resistencia que oponer á los ingleses, reanudó los tratos, acabando por suscribir las condiciones siguientes: cesión de la isla y bahía de Hongkong á la corona británica; pago de una indemnización de seis millones de duros, dividida en varias anualidades; derecho á comunicar bajo un pie de perfecta igualdad con las autoridades chinas, y restablecimiento del comercio en Cantón. El día 20 de Febrero el capitán ELLIOT anunció á los súbditos de su nación haberse firmado nuevo pacto.

Faltaba la ratificación. La corte de Pekín se creyó amenazada cuando la escuadra inglesa se presentó en la boca del Peiho, y su primer cuidado fué alejarla de aquel sitio, procurando que se buscara en Cantón la fórmula de un arreglo. Al efecto comisionó á KISHEN, tártaro de elevada alcurnia y uno de los primeros magistrados del Imperio, en cuya rectitud de juicio se podía descansadamente confiar; pero al alejarse el peligro, renacieron en la corte las rancias preocupaciones de superioridad del emperador, y los desconocedores del poder europeo no soñaron que pudiera abatir con fuerza incontrastable el orgullo chino. Por estas causas las proposiciones suscritas por KISHEN fueron inmediatamente repudiadas por TAO-KUANG; es verdad que luego la reina VICTORiA se negó también á suscribirlas, porque no abrían los puertos chinos al comercio europeo.

Impuesta la necesidad de seguir las hostilidades, los ingleses forzaron la entrada del río de las Perlas, destruyeron los fuertes de Boga y en el mes de Marzo siguiente se apoderaron de Cantón, á cuyos habitantes impusieron una contribución de guerra de seis millones de duros, además del pago de una indemnización á los dueños de varios buques mercantes quemados por los chinos en el río. Entre éstos se contaba el bergantín español Bilbaíno, incendiado por suponer que tenia opio á bordo.

Aumentada la expedición con considerables refuerzos que llegaron de la India, y puesta al mando de Sir HUGH GOUGH y del almirante PARKER, empezó por ocupar Hongkong, donde quedaron unos quinientos soldados cipayos. El dia 27 de Junio los ingleses tomaron á Emuy, después de dejar una guarnición en la isla de Kulansu, subieron hacia el Norte, ocupando segunda vez Chusan y la bahía de Tinghai. En rápida sucesión de combates se apoderaron de Chin-hai, Ningpó y otros puntos de la costa, llegando a la embocadura del Yangtse, desde donde se proponían dirigir la expedición al interior del Imperio.

Así se hizo en efecto, pues como resultado de subsiguientes operaciones militares que es inútil referir en sus detalles, la barra de Vosung cayó en poder de los ingleses, y con ella la ciudad de Shanghai que sólo dista doce millas en la confluencia del Huangpú, y de las demás ciudades situadas en las orillas del majestuoso río hasta la antigua corte china y capital de los dos Kiangs, ó sea Nankín.

La guerra ofreció, como espectáculo, muy poca variedad. Ordinariamente encontraron los ingleses muy buenas obras de defensa en las ciudades y los puertos, casi todas erigidas á raíz de los sucesos de Cantón, y edificadas en grandes condiciones de solidez y resistencia. Cuando la primera expedición británica fué y vió sólo dos ó tres fuertes antiguos en su bahía; al volver un año más tarde, no había pico ni cresta de montaña sin batería; la ciudad tenía un muro nuevo de sólida cantería y contraescarpas de tierra; por todas partes se adivinaba el genio activo de los funcionarios del país, que procuraron defenderlo en la medida de los elementos de que podían disponer, contra la agresión que creían tan injusta de los bárbaros extranjeros.

Pero en absoluto faltó á los chinos él ejército. No podía llamarse tal el conjunto de banderas provinciales más ó menos organizadas, y todas ellas mal armadas con arcos y lanzas. Peores eran aún las banderas de bravos, así llamados porque se les ponía este nombre en el pecho y en la espalda de sus chaquetas de uniforme, y que se alistaban entre los perdidos de la peor clase para imponerse sin duda sólo por el número. Las divisiones tártaras, en las cuales fiara Pekín casi exclusivamente la suerte de la contienda, fueron flojas, se vieron mal dirigidas, y ante la superioridad británica sólo mostraron decisión y voluntad de abandonar lo antes posible el campo de batalla.

Hubo ejemplos de valor entre los chinos, pero fueron individuales y no tuvieron imitadores. Ni una sola ciuad, ni un fuerte, ni una bahía, mostraron seria resolución de batirse hasta el último extremo, viéndose abandonados por sus defensores en cuanto las granadas inglesas causaban entre ellos las primeras bajas. En Cantón, sin embargo, el almirante KUAN supo morir como un héroe á bordo de su buque: en Emuy, el jefe de las fuerzas navales chinas, cuando vió perdida la jornada, se arrojó al mar. YUKIEN, general mandchud á quien se encomendó la defensa de Ningpó, al verlo perdido se retiró á Yuyao para suicidarse tomando hojas de oro, término metafórico que equivale á tomar veneno.

Recuerdan también los chinos el acto de valor realizado por el general CHIN, á quien se habían encargado las famosas baterías de Vosung en la confluencia del río de Shanghai con el de las Perlas, uno de los puntos estratégicos más importantes del Imperio. Durante algunos meses había educado á sus soldados, instruyéndoles en el manejo de las armas de fuego, y en el momento del peligro creyó que ninguna enseñanza equivalía á la del ejemplo, poniéndose en primer término y llegando á cargar los cañones con su mano. Los ingleses destrozaron los parapetos, desmontaron las piezas y convirtieron los fuertes en un montón de ruinas. Al verse en tal estado, el segundo de CHIN le indicó la necesidad de retirarse del lugar, á lo cual replicó el general: "Me has engañado, no merecías mi confianza", y de un sablazo le abrió la cabeza. Siguió defendiéndose como pudo hasta que los soldados de marina entraron en la batería y le acribillaron á bayonetazos.

Añadamos desde luego que el emperador honró la memoria de este valiente erigiéndole altares en su lugar nativo y en el sitio donde murió, dando una suma de dinero á su familia y concediendo un grado militar á su hijo. Además en Shanghai se ha colocado su imagen en el templo Ching-huang, y entre el pueblo corre válida la voz de que quince días después de su muerte CHIN anunció en el altar sagrado de Sung-kiang-fu que la divinidad suprema le había nombrado segundo general en jefe de la dirección de los Truenos en el cielo.

Á estos actos aislados de valor personal de los chinos, hay que añadir los de desesperación realizados por algunas guarniciones. Horroriza leer el relato de lo ocurrido en Ching-kiang, primer puerto interior del río Yangtse, cuando los ingleses se presentaron á atacarlo. En dicha ciudad existía una colonia militar tártara, de las esparcidas por SHAN-CHI en los principales puntos del Imperio. Estos soldados se defendieron con un valor incomparablemente superior al de los chinos, cuando se convencieron de su derrota y de que era inevitable la ocupación de la plaza por las tropas británicas, cada cual entró en su casa y se suicidó después de haber dado muerte á sus hijos y á sus mujeres. Eran aterradores los cuadros que los ingleses presenciaron al entrar en la ciudad tártara de Ching-kiang. Un marinero mató de un tiro á un tártaro en el momento en que iba á degollar un niño de tres ó cuatro años. A otros los sacaron los ingleses de los pozos donde los hablan arrojado vivos sus padres. No habla una sola casa donde no se ofreciera el sangriento espectáculo de familias enteras inmoladas por el fanatismo y por el horror á los bárbaros: puede así juzgarse por el dato de que constando aquella colonia de cuatro mil personas, quedaron sólo con vida unas quinientas que consiguieron escapar de la ciudad.

Sitiado Nankín por los ingleses, bloqueado el Yangtse y destrozados dos ó tres ejércitos que se formaron en el Norte para combatirlos, quedaba probado hasta la evidencia la inutilidad de prolongar por más tiempo una guerra que atraería mayores males y sacrificios al Imperio. Así debió comprenderlo, aunque tarde, la corte de Pekín, y ya decidido el emperador á firmar la paz con los ingleses, dió plenos poderes á los comisarios ILIPU, KIYING y NIU KIEN para que se entendieran con el plenipotenciario británico sir HENRY POTTINGER, empezando unas negociaciones que naturalmente debían terminar con la aceptación por parte de los chinos de las condiciones que quisieran imponerles los invasores. Éstas, en verdad, no fueron innecesariamente duras: no podían ser las estipuladas en Cantón un año antes, que ya hemos visto no aceptaba el gobierno de Londres, pero tampoco fueron las excesivas de un pueblo vencedor que quiere dejar al vencido un perenne recuerdo de su triunfo. El tratado de Nankín se concertó y firmó bajo las siguientes bases:

1.ª Habrá paz y amistad entre el reino de Inglaterra y el Imperio de la China.

2.ª El Gobierno chino pagará, hasta el final del año 1845, la cantidad de veintiún millones de duros, que se distribuirán en esta forma: doce, para los gastos de la guerra; tres para satisfacer los créditos de los comerciantes ingleses, y seis para indemnizar á los propietarios del opio destruido en Cantón.

3.ª Se abrirán al comercio extranjero los puertos de Cantón, Emuy, Fuchao, Ningpó y Shanghai some- tiéndose el comercio al pago de derechos conocidos y estipulados en una tarifa de aduanas.

4.ª Se cederá á la corona británica la isla de Hongkong, junto con su bahía

5.ª Los prisioneros ingleses serán inmediatamente puestos en libertad, sin condición alguna.

6.ª Los chinos que estuvieren con las tropas inglesas ó les hubieren prestado sus servicios, no podrán por ellos ser castigados.

7.ª Las autoridades inglesas podrán corresponder con las autoridades chinas bajo el pie de la más perfecta igualdad.

8.ª Cuando el emperador ratifique el tratado y se hayan satisfecho seis millones de duros á cuenta del importe total de la indemnización, las fuerzas británicas se retirarán del Yangtse y demás puntos que ocupan, conservando sólo Chusan y Kulangsu hasta que se cumplan por completo todas las estipulaciones del tratado.

Respecto al comercio del opio, no se establecía condición alguna.

Los plenipotenciarios chinos remitieron el texto del nuevo convenio al emperador, acompañándolo con un curioso memorial, que luego se publicó, explicando los motivos que les hablan inducido á aceptar as condiciones impuestas por los ingleses. De sus términos se deduce el interés que tenían en salvar, por lo menos en apariencia, el principio de la supremacía del monarca chino sobre los demás de la tierra, idea de la que en verdad siguen aun estando poseídos.

La suma de veintiún millones de duros, se daba en parte como regalo á los soldados y marineros británicos, para que volvieran contentos á su país, y en parte para pagar las deudas que con los europeos habían contraído los negociantes chinos de Cantón, que el gobierno por decoro debía satisfacer.

La apertura de los cinco puertos no tenia importancia, porque como los ingleses los hablan ya ocupado, el pueblo habla empezado á crear intereses mercantiles que convenía proteger.

La cesión de Hongkong nada significaba, ya que os ingleses construían casas y habitarían una isla que hasta entonces habla sido solamente refugio de piratas, á los cuales podrían vigilar.

Estas razones, y mejor aun, la conciencia de su debilidad, convencieron al emperador TAO-KUANG que debía suscribir el nuevo pacto, y así lo hizo, dando fin á la primera expedición militar europea en los remotos países del Extremo Oriente.

Y fuerza es confesar que los chinos cumplieron con toda lealtad lo estipulado, mandando á un tiempo licenciar las tropas que se hablan reunido para la guerra, y levantar de nuevo las fortificaciones destruidas por la formidable escuadra inglesa. Sólo en la ciudad de Cantón se notaron síntomas de descontento, y aun hubo pequeños motines contra los europeos, pero la enérgica conducta de las autoridades acabó con el malestar de aquel comercio, encauzándolo de nuevo por sus vías ordinarias. Verdad es que esta situación debía durar muy poco tiempo.

Las demás naciones extranjeras, al conocer el éxito de las armas británicas, se apresuraron á enviar á China sus ministros y delegados para celebrar tratados idénticos al de Nankín, así asegurando para sus nacionales las ventajas que los mercaderes ingleses habían obtenido. España mandó á D. SINIBALDO DE MAS; Francia á Mr. DE LAGRENÉ; Los Estados Unidos al honorable CALEB CUSHING; Bélgica á Mr. AUGUSTE MOXHET; los Países Bajos á Mr. TONGO MODDERMAN; Prusia á Mr. GRUBE. Estos fueron los primeros y principales agentes de los intereses occidentales en China, y los que aseguraron al comercio de sus países uno de los más importantes mercados del mundo.

Digamos dos palabras, para terminar, de la suerte que el destino reservó al famoso comisario imperial LIN TSEH-SU, el fautor que provocara con su inexperiencia la guerra inglesa. Había nacido en 1785 en el distrito de Fuchao: en 1811 desempeñaba el cargo de tsin-sze en la administración provincial, y en ella avanzó rápidamente merced á su reconocido talento, hasta que en 1839 dejó el gobierno de la provincia que mandaba para ocupar el puesto de comisario en Cantón. Vimos cómo cayó en la desgracia del emperador, quien le mandó regresar á la corte para degradarle relegándole primero á un destino inferior en la provincia del Che-kiang, y luego desterrándole á Ili: pero esta última disposición no se llevó á efecto, y después de algún tiempo, gracias á su reputación de hombre íntegro y enérgico, obtuvo el mando de las fuerzas destinadas á la provincia del Kuang-si para combatir la rebelión de los T'ai-ping. Al trasladarse á su nuevo destino, murió en Ch'ao-chao en 1850, habiendo luego recibido honores póstumos por orden del emperador.