CAPÍTULO
XXX
En el Norte del Imperio chino existen otras misiones españolas
cuya existencia es desconocida en nuestra patria.
Hace ya muchos años, cuando las agitaciones político religiosas
de la primera guerra civil que ensangrentó nuestro suelo en el
presente siglo, motivaron la violenta clausura de los conventos y la
expulsión en masa de los frailes españoles, muchos de
éstos se embarcaron para Italia, refugiándose en la Isla
de Cerdeña ó en los pequeños Estados del continente
occidental regidos por monarcas absolutos. Sicilia, Nápoles,
Roma y Parma, acogieron á los desterrados, que en su inmensa
mayoría acabaron pacíficamente la vida al amparo de los
conventos italianos. Algunos, sin embargo, de carácter batallador
ó de espíritu activo, se dirigieron á los lejanos
países de Asia, América y Oceania, fundando iglesias y
misiones que luego han fructificado en aquellas vírgenes tierras.
Los episcopados españoles, de Ceilán, de Borneo, de Australia,
de Pitsburg en los Estados Unidos, fueron asi creados por religiosos
españoles víctimas de nuestras discordias civiles.
De tal suerte pasó también á China un fraile ilustre
que la muerte arrebató del mundo hace diez años: monseñor
NAVARRO. Ignoro dónde nació, y sólo he podido averiguar
que las revueltas de 1835 le sorprendieron muy joven, cuando se hallaba
aún de novicio en un convento de Padres agustinos. Expulsado
como todos sus compañeros, refugióse en Nápoles,
permaneciendo en clausura hasta que profesó todos los votos de
su orden.
El celo evangelico del Padre NAVARRO mal se avenía con la ociosidad
de los conventos italianos, cuyo personal era evidentemente inferior
en cultura al español que habla invadido, su residencia. Por
tal causa pidió y obtuvo una plaza de misionero, apostólico
en China, siendo destinado á lejano distrito que los Padres napolitanos
tenían á su cargo en la provincia del Hunán.
Más de treinta años permaneció el buen misionero
en aquella ingrata región, reuniendo algunas pequeñas
comunidades de cristianos, pero sin que el éxito de sus trabajos
correspondiera á la grandeza de sus sacrificios. Sembrada en
tierra estéril, su semilla no fructificaba. Sin embargo, el celo
del Padre NAVARRO era ardoroso é incansable, y de tal manera
consagró su inteligencia y sus esfuerzos á la evangelización
de los chinos hunanitas, que el Romano Pontífice hubo de premiarle
concediéndole la alta jerarquía de Obispo y Vicario Apostólico
de aquella misión.
Desde entonces una idea fija se apoderó de aquel hombre: llamar
á su lado misioneros españoles. El sentimiento de la patria
vibraba en su alma con tanta energía como el sentimiento religioso.
Además había visto en la obra á los frailes dominicanos,
y sabía que con su incansable actividad habían conseguido
reunir en el Tunkín y en el Fukién las mayores colonias
cristianas que existen en el Extremo Oriente. Tras largas y difíciles
negociaciones, que revelaron pequeñas miserias de espíritus
estrechos, consiguió por fin el Padre NAVARRO que la provincia
de Hunán se dividiera en dos Vicariatos, y que el correspondiente
á su parte Norte corriera á cargo de los Padres agustinos
calzados de la provincia de Filipinas.
En 1887, si no recuerdo mal, salió de Manila la primera misión
para el Norte de China. Componíanla tres frailes, y la dirigía
uno de ellos, joven, llamado fray NICOLAS GUADILLA, que se detuvo algún
tiempo en Hongkong y Shanghai para aprender los primeros rudimentos
de la lengua china. Esta dilación, que era absolutamente necesaria,
fué quizás fatal al éxito de la nueva misión,
porque cuando los frailes se dirigieron por el río Yangtsee al
interior de China, la primera noticia que recibieron de su distrito
fué que el Obispo NAVARRO había fallecido.
No se arredaron por ello. Al llegar á Hankao se dirigieron á
la misión italiana allí existente, que primero recibió
bien á nuestros frailes, quizás creyendo que iba á
faltarles el valor de internarse más en el país; pero
luego empezó á oponerles obstáculos, que crecieron
hasta querer impedir el establecimiento de los Padres agustinos en su
distrito. Extrañará quizás esta conducta á
quien no conozca las rivalidades que á cada momento surgen entre
misioneros de distinta nacionalidad en Oriente. Diríase que el
amor á la patria, que la exaltación del país, aumenta
con la distancia: por mi parte puedo asegurar que jamás he visto
frailes tan españoles como los que enviamos á China. Todas
las misiones cristianas en aquel Imperio están repartidas entre
miembros de diferentes naciones, y así se cuentan los distritos
franceses, los italianos, los belgas, etc.: sin embargo, cada misión
forma como una especie de iglesia nacional, en donde se aprende no sólo
á rendir culto á Dios, sino también á querer
el país de donde proceden los misioneros. Por esto es necesario
apoyar el esfuerzo de nuestras congregaciones religiosas, como es lícito
esperar el resultado de su influencia en favor de los intereses españoles.
El Obispo NAVARRO murió en el interior del país, solo,
apenas asistido por algunos indígenas, devorado por la fiebre
que sentía al volver los ojos en lontananza y ver que los frailes
no llegaban. Por su parte el Padre GUADILLA no quiso permanecer por
más tiempo en Hankao, y con sus dos compañeros fletó
un barquichuelo y se lanzó río arriba hacia lo desconocido,
en un país donde debían apurar hasta las heces el amargo
cáliz de los desengaños y las contrariedades. Después
de veintidós días de una navegación incómoda
y difícil, pudo alcanzar uno de los pequeños centros donde
vivían cinco ó seis familias cristianas, convertidas por
NAVARRO.
Pero los mandarines y los literatos tuvieron en seguida aviso de, la
llegada de los españoles, y viviendo, en un país en el
que por su distancia de la costa rara vez se ofrece ocasión de
aplicar las disposiciones de los Tratados, creyeron buenamente que podían
molestar, zaherir á nuestros frailes hasta echarles del Hunán,
sin que su conducta pudiese tener consecuencia alguna ni dar motivo
á reclamaciones diplomáticas. Aquellos iracundos indígenas
pusieron á contribución su ingenio para perjudicar á
nuestros misioneros: apedrearon su casa, prendieron á los conversos
y negaron á los extranjeros el agua y la sal, haciendo de este
modo imposible todo trato y comercio entre éstos y las gentes
del país. Claramente vió el Padre GUADILLA que le era
imposible permanecer por más tiempo en el distrito, y desandando
el largo camino, volvió á Hankao con sus compañeros,
deseoso de trasladarse á Pekín y explicar verbalmente
á nuestro Representante en China las miserias y penalidades de
que había sido víctima por parte de Autoridades que debían
cumplir las disposiciones del Tratado español que autoriza la
propaganda de la religión católica en aquel Imperio.
Realizando su intento, bajó GUADILLA el Yangtsee y salió
de Shanghai para Pekín. Una mañana, se apercibieron los
camareros del vapor en que estaba embarcado, que no salía á
la hora de almorzar: entraron en su camarote, y le encontraron muerto
sobre la litera. La desgracia persiguió por aquel tiempo á
los españoles en el Extremo Oriente: pocas semanas después
nuestro Ministro en Pekín moría de resultas de una caída
de caballo, y algunos dias más tarde el Cónsul en Shanghai
se ahogaba en el río Uangpú al volver de hacer una visita
al Comandante de la María de Molina que acababa de anclar en
aquellas aguas.
Esto ocurría á fines de 1880. Yo me hallaba á la
sazón en Cantón disponiéndome para regresar á
Europa, cuando un despacho telegráfico me ordenó subir
inmediatamente á Shanghai. Al llegar al nuevo destino encontré
la misión del Hunán enteramente abandonada, esperándose
la llegada del Padre ELÍAS SUAREZ, que con otros dos frailes
querían renovar la tentativa hecha por el Padre GUADILLA de establecerse
en su distrito. Documenté á los misioneros en la mejor
forma posible, y hasta hice copiar en su pasaporte el artículo
del Tratado que debía ser su salvaguardia en el interior del
país. Sin embargo, mis previsiones fueron inútiles, pues
á la mayor energía que el Padre SUAREZ quiso desplegar
en defensa de su derecho, siguió una persecución mayor
por parte de aquellas Autoridades, que hasta provocaron un serio motín
en uno de los pueblos del Hunán, cuyo nombre no puedo recordar.
La casa de la misión fué incendiada; los cristianos dispersos;
los mismos frailes apedreados y perseguidos; y el Padre SUAREZ, que
se hallaba una noche en cama presa de fuerte calentura, hubo de disfrazarse
y huir por el río amparado de la oscuridad de la noche, para
librarse de sus perseguidores, que querían matarle.
Otra vez dispersóse la misión, y su jefe regresó
á Shanghai llevando las pruebas más completas, y concluyentes
de la culpabilidad de los mandarines que provocaron y favorecieron el
movimiento popular contra nuestros compatriotas. Pasquines puestos por
las calles, banderas con lemas subversivos, folletos, hojas sueltas,
todo se usó para concitar las iras de las turbas contra los misioneros.
Entre los pasquines había uno redactado en verso, obra evidente
de algún literato que quería ilustrar a sus paisanos acerca
lo que es España. No he de privar a mis lectores de su texto,
pues no deja de tener cierta gracia. Decía textualmente así:
"- Allá en la región de Poniente, entre los países
donde nunca se ve el sol, existe una pequeña isla cuadrada que
se llama el Gran Luzón (España). Las gentes que la habitan
tienen la cabeza de cobre y pueden digerir hasta las piedras: son tan
miserables, que sólo se nutren con arena. Además viven
en estado salvaje, pues no conocen las relaciones sociales. Cuando algún
individuo enferma, sus, compañeros cogen el cuerpo, aun vivo,
y.1o destrotrozan para abonar la tierra al pie de los bananeros. Aquel
país es tan pobre, que muchos de sus moradores deben emigrar
para vivir; los que quedan, son tan abyectos y degradados, que hasta
sufren que las mujeres les gobiernen. De allí proceden esos sacerdotes
herejes que han infestado el Hunan."
Por tercera vez, en 1882, encamináronse los misioneros á
su distrito, cuando merced á enérgicas reclamaciones hechas
ante los Virreyes del Lian Kiang y del Liang Hu, pudimos esperar que
los exaltados mandarines locales entrarían en razón. En
ellas empleé los últimos días de mi permanencia
en China, y al terminar la comisión que por ultima vez me hizo
remontar el río Yangtsee, despedíme en Hankao del Padre
SUÁREZ que iba a internarse de nuevo en aquellas remotas tierras,
mientras yo bajaba a Shanghai para tomar el vapor que debía conducirme
a España.
Durante algún tiempo nada supe de aquella misión de nuestros
Padres agustinos. Ocupado en otras expediciones en el continente africano,
carecí hasta de medios para comunicarme con mis amigos del Extremo
Oriente, sin que llegara hasta mí el eco de noticia alguna que
a ellos pudiera refeerirse. Sólo cuando volví de Egipto
pude averiguar algo. Una mañana paseaba bajo las sombrías
bóvedas del monasterio del Escorial, junto con algunos amigos,
y nos servía de cicerone en el convento el bibliotecario del
mismo. La conversación recayó sobre la China, y entonces
me enteré de que los frailes actualmente guardianes de nuestro
regio panteón pertenecen a la misma orden de agustinos que tiene
la misión en el Hunán del Norte.
Naturalmente pudimos en seguida hablar de personas y de cosas conocidas.
- ¿Quedó ya instalada la misión? le pregunté.
- Con muchas dificultades.
- ¿La dirige el Padre SUÁREZ?
- Ha muerto en Filipinas víctima de una fiebre perniciosa.
Apenas contaría treinta años de edad. ¡Pobre joven!
Estas son las misiones exclusivamente españolas que poseemos
en China. Pero además nuestros compatriotas se han extendido
por las extranjeras que tienen falta de personal, especialmente las
italianas, muy reducidas desde que su Gobierno abolió los conventos
y prohibió la clausura. Los frailes que van a esas misiones se
han visto muy combatidos en Filipinas, á mi juicio con harta
injusticia. El criterio estrecho de nuestras órdenes monásticas,
que todo lo fía al aumento de personal en las Islas, ve con muy
malos ojos la salida para China de cualquiera de sus individuos: y no
alcanza la facilidad con que podríamos convertir en nacionales
esas misiones extranjeras, el día que fueran de nuestro país
la mayoría de sus miembros. No he de relatar aquí, pues
no quiero vaciar mi pensamiento en este asunto, las iniquidades de que
en Manila fue objeto el Padre UFERT, misionero franciscano en Hupeh;
y me limitaré a indicar la conveniencia de que por quien corresponda
se corrija esa miopía intelectual que parece afectar á
los provinciales de las diferentes órdenes que residen en la
capital de nuestra hermosa colonia de Oceania.
Y tampoco holgarán dos palabras acerca de la necesidad de atender
al porvenir de nuestras misiones dominicanas del Tunkín, seriamente
comprometidas por la política que el Gobierno francés
ha seguido con el Anám en estos últimos años. Aquellas
misiones, inútil es desconocerlo ni ocultarlo, están amenazadas
de muerte por la codicia de los propagandistas franceses, ávidos
de dirigir sus florecientes cristiandades y recoger los frutos de la
tierra que durante cuatro siglos nuestros misioneros fecundaron con
su esfuerzo y regaron con su sangre. ¿Asistiremos impasibles
á esta nueva ruina? Continuamente batida por tantas ingerencias
extrañas, nuestra preponderancia en Oriente mengua cada día,
ya cesa en muchas partes, ya acabará en breve, si á ello
no ponemos el oportuno remedio; acabará victima de esa falta
de iniciativa y del inteligencia que caracteriza nuestra política
nacional. Y no lo desoiga quien debe recordarlo: los pueblos que olviden
los deberes que les impone, ya que-no la conveniencia actual, un pasado
glorioso, son pronto víctimas de todas las vergüenzas y
humillaciones.
__________
Al terminar
este libro, quisiera condensar en pocas líneas mi opinión
acerca los destinos del pueblo cuya vida intima y social acabamos de
estudiar. El chino es trabajador, pero por causa de la constitución
social y política á que vive sujeto, el trabajo no le
eleva ni le dignifica. Es víctima de sus gobernantes, que le
explotan hasta lo increíble, es pobre, y en su cerebro no se
anida una idea de próxima ni remota redención: sin ser
religioso ni mucho menos, ni del todo ignorante, es presa de todas las
supersticiones, y carece de la fe en la providencia del bien, sin sentir
los estímulos de la propia dignidad que en estos trances difíciles
salvan al hombre, sólo siente, se mueve y lucha para no morir
de hambre.
Difícilmente podrán los chinos salir de tan triste situación,
mientras no rompan los estrechos y caducos moldes de sus inistituciones
de gobierno El Celeste Imperio es una agrupación ficticia de
nacionalidades que no tienen de común más que la tiranía
que las ha dominado desde tiempo inmemorial con pocas excepciones..
La invasión de los tártaros, en vez de comunicarles energías,
contribuyó a matar en ellas todo germen de adelanto y de progreso,
y sumir en la abyección el llamado Reino Florido por los antiguos
poetas. Aquella sociedad decrépita sólo puede regenerarse
fraccionando el hoy grande Imperio, convirtiendo sus provincias en diferentes
reinos, que serán siempre tan vastos como casi todos los Estados
europeos. Quizás esto suceda en plazo no lejano: y no será
ciertamente por esfuerzo de los actuales súbditos chinos, incapaces
de promover ningún movimiento revolucionario, ni de organizar
ninguna resistencia armada que no se convierta pronto en bandas de ladrones.
Pero en el centro del Asia, desde las inaccesibles sierras de Ladak
en el Tibet occidental, hasta las inmensas estepas del desierto de hierba
y las llanuras de Mongolia, existen unas razas desconocidas; ignoradas,
perdidas en aquellos países rara vez vistos por el viajero; gentes
que son pastores y cazadores en tiempos de paz, é invencibles
guerreros cuando un caudillo de prestigio las llama y las enardece como
lo hicieron JENGISKAN y TIMUR, para lanzarlas á la conquista
de todo un continente. Quizás ellas caigan algún día
sobre el gran Imperio, y al destrozarle y al repartírselo infundan
nueva vida ,á aquellos entecos organismos, y sean causa providencial
de la regeneración del pueblo chino.
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