Autor: TODA, Eduardo
Título: La vida en el Celeste Imperio
Edición: El Progreso Editorial
Año: 1887
Localización: Biblioteca Universitat Pompeu Fabra, Barcelona
Extensión del documento digitalizado: 2.647 palabras / 16.227 caracteres

Localización y transcripción: David Martínez Robles

CAPÍTULO XXX


En el Norte del Imperio chino existen otras misiones españolas cuya existencia es desconocida en nuestra patria.

Hace ya muchos años, cuando las agitaciones político religiosas de la primera guerra civil que ensangrentó nuestro suelo en el presente siglo, motivaron la violenta clausura de los conventos y la expulsión en masa de los frailes españoles, muchos de éstos se embarcaron para Italia, refugiándose en la Isla de Cerdeña ó en los pequeños Estados del continente occidental regidos por monarcas absolutos. Sicilia, Nápoles, Roma y Parma, acogieron á los desterrados, que en su inmensa mayoría acabaron pacíficamente la vida al amparo de los conventos italianos. Algunos, sin embargo, de carácter batallador ó de espíritu activo, se dirigieron á los lejanos países de Asia, América y Oceania, fundando iglesias y misiones que luego han fructificado en aquellas vírgenes tierras. Los episcopados españoles, de Ceilán, de Borneo, de Australia, de Pitsburg en los Estados Unidos, fueron asi creados por religiosos españoles víctimas de nuestras discordias civiles.

De tal suerte pasó también á China un fraile ilustre que la muerte arrebató del mundo hace diez años: monseñor NAVARRO. Ignoro dónde nació, y sólo he podido averiguar que las revueltas de 1835 le sorprendieron muy joven, cuando se hallaba aún de novicio en un convento de Padres agustinos. Expulsado como todos sus compañeros, refugióse en Nápoles, permaneciendo en clausura hasta que profesó todos los votos de su orden.

El celo evangelico del Padre NAVARRO mal se avenía con la ociosidad de los conventos italianos, cuyo personal era evidentemente inferior en cultura al español que habla invadido, su residencia. Por tal causa pidió y obtuvo una plaza de misionero, apostólico en China, siendo destinado á lejano distrito que los Padres napolitanos tenían á su cargo en la provincia del Hunán.

Más de treinta años permaneció el buen misionero en aquella ingrata región, reuniendo algunas pequeñas comunidades de cristianos, pero sin que el éxito de sus trabajos correspondiera á la grandeza de sus sacrificios. Sembrada en tierra estéril, su semilla no fructificaba. Sin embargo, el celo del Padre NAVARRO era ardoroso é incansable, y de tal manera consagró su inteligencia y sus esfuerzos á la evangelización de los chinos hunanitas, que el Romano Pontífice hubo de premiarle concediéndole la alta jerarquía de Obispo y Vicario Apostólico de aquella misión.

Desde entonces una idea fija se apoderó de aquel hombre: llamar á su lado misioneros españoles. El sentimiento de la patria vibraba en su alma con tanta energía como el sentimiento religioso. Además había visto en la obra á los frailes dominicanos, y sabía que con su incansable actividad habían conseguido reunir en el Tunkín y en el Fukién las mayores colonias cristianas que existen en el Extremo Oriente. Tras largas y difíciles negociaciones, que revelaron pequeñas miserias de espíritus estrechos, consiguió por fin el Padre NAVARRO que la provincia de Hunán se dividiera en dos Vicariatos, y que el correspondiente á su parte Norte corriera á cargo de los Padres agustinos calzados de la provincia de Filipinas.

En 1887, si no recuerdo mal, salió de Manila la primera misión para el Norte de China. Componíanla tres frailes, y la dirigía uno de ellos, joven, llamado fray NICOLAS GUADILLA, que se detuvo algún tiempo en Hongkong y Shanghai para aprender los primeros rudimentos de la lengua china. Esta dilación, que era absolutamente necesaria, fué quizás fatal al éxito de la nueva misión, porque cuando los frailes se dirigieron por el río Yangtsee al interior de China, la primera noticia que recibieron de su distrito fué que el Obispo NAVARRO había fallecido.

No se arredaron por ello. Al llegar á Hankao se dirigieron á la misión italiana allí existente, que primero recibió bien á nuestros frailes, quizás creyendo que iba á faltarles el valor de internarse más en el país; pero luego empezó á oponerles obstáculos, que crecieron hasta querer impedir el establecimiento de los Padres agustinos en su distrito. Extrañará quizás esta conducta á quien no conozca las rivalidades que á cada momento surgen entre misioneros de distinta nacionalidad en Oriente. Diríase que el amor á la patria, que la exaltación del país, aumenta con la distancia: por mi parte puedo asegurar que jamás he visto frailes tan españoles como los que enviamos á China. Todas las misiones cristianas en aquel Imperio están repartidas entre miembros de diferentes naciones, y así se cuentan los distritos franceses, los italianos, los belgas, etc.: sin embargo, cada misión forma como una especie de iglesia nacional, en donde se aprende no sólo á rendir culto á Dios, sino también á querer el país de donde proceden los misioneros. Por esto es necesario apoyar el esfuerzo de nuestras congregaciones religiosas, como es lícito esperar el resultado de su influencia en favor de los intereses españoles.

El Obispo NAVARRO murió en el interior del país, solo, apenas asistido por algunos indígenas, devorado por la fiebre que sentía al volver los ojos en lontananza y ver que los frailes no llegaban. Por su parte el Padre GUADILLA no quiso permanecer por más tiempo en Hankao, y con sus dos compañeros fletó un barquichuelo y se lanzó río arriba hacia lo desconocido, en un país donde debían apurar hasta las heces el amargo cáliz de los desengaños y las contrariedades. Después de veintidós días de una navegación incómoda y difícil, pudo alcanzar uno de los pequeños centros donde vivían cinco ó seis familias cristianas, convertidas por NAVARRO.

Pero los mandarines y los literatos tuvieron en seguida aviso de, la llegada de los españoles, y viviendo, en un país en el que por su distancia de la costa rara vez se ofrece ocasión de aplicar las disposiciones de los Tratados, creyeron buenamente que podían molestar, zaherir á nuestros frailes hasta echarles del Hunán, sin que su conducta pudiese tener consecuencia alguna ni dar motivo á reclamaciones diplomáticas. Aquellos iracundos indígenas pusieron á contribución su ingenio para perjudicar á nuestros misioneros: apedrearon su casa, prendieron á los conversos y negaron á los extranjeros el agua y la sal, haciendo de este modo imposible todo trato y comercio entre éstos y las gentes del país. Claramente vió el Padre GUADILLA que le era imposible permanecer por más tiempo en el distrito, y desandando el largo camino, volvió á Hankao con sus compañeros, deseoso de trasladarse á Pekín y explicar verbalmente á nuestro Representante en China las miserias y penalidades de que había sido víctima por parte de Autoridades que debían cumplir las disposiciones del Tratado español que autoriza la propaganda de la religión católica en aquel Imperio.

Realizando su intento, bajó GUADILLA el Yangtsee y salió de Shanghai para Pekín. Una mañana, se apercibieron los camareros del vapor en que estaba embarcado, que no salía á la hora de almorzar: entraron en su camarote, y le encontraron muerto sobre la litera. La desgracia persiguió por aquel tiempo á los españoles en el Extremo Oriente: pocas semanas después nuestro Ministro en Pekín moría de resultas de una caída de caballo, y algunos dias más tarde el Cónsul en Shanghai se ahogaba en el río Uangpú al volver de hacer una visita al Comandante de la María de Molina que acababa de anclar en aquellas aguas.
Esto ocurría á fines de 1880. Yo me hallaba á la sazón en Cantón disponiéndome para regresar á Europa, cuando un despacho telegráfico me ordenó subir inmediatamente á Shanghai. Al llegar al nuevo destino encontré la misión del Hunán enteramente abandonada, esperándose la llegada del Padre ELÍAS SUAREZ, que con otros dos frailes querían renovar la tentativa hecha por el Padre GUADILLA de establecerse en su distrito. Documenté á los misioneros en la mejor forma posible, y hasta hice copiar en su pasaporte el artículo del Tratado que debía ser su salvaguardia en el interior del país. Sin embargo, mis previsiones fueron inútiles, pues á la mayor energía que el Padre SUAREZ quiso desplegar en defensa de su derecho, siguió una persecución mayor por parte de aquellas Autoridades, que hasta provocaron un serio motín en uno de los pueblos del Hunán, cuyo nombre no puedo recordar. La casa de la misión fué incendiada; los cristianos dispersos; los mismos frailes apedreados y perseguidos; y el Padre SUAREZ, que se hallaba una noche en cama presa de fuerte calentura, hubo de disfrazarse y huir por el río amparado de la oscuridad de la noche, para librarse de sus perseguidores, que querían matarle.

Otra vez dispersóse la misión, y su jefe regresó á Shanghai llevando las pruebas más completas, y concluyentes de la culpabilidad de los mandarines que provocaron y favorecieron el movimiento popular contra nuestros compatriotas. Pasquines puestos por las calles, banderas con lemas subversivos, folletos, hojas sueltas, todo se usó para concitar las iras de las turbas contra los misioneros. Entre los pasquines había uno redactado en verso, obra evidente de algún literato que quería ilustrar a sus paisanos acerca lo que es España. No he de privar a mis lectores de su texto, pues no deja de tener cierta gracia. Decía textualmente así:

"- Allá en la región de Poniente, entre los países donde nunca se ve el sol, existe una pequeña isla cuadrada que se llama el Gran Luzón (España). Las gentes que la habitan tienen la cabeza de cobre y pueden digerir hasta las piedras: son tan miserables, que sólo se nutren con arena. Además viven en estado salvaje, pues no conocen las relaciones sociales. Cuando algún individuo enferma, sus, compañeros cogen el cuerpo, aun vivo, y.1o destrotrozan para abonar la tierra al pie de los bananeros. Aquel país es tan pobre, que muchos de sus moradores deben emigrar para vivir; los que quedan, son tan abyectos y degradados, que hasta sufren que las mujeres les gobiernen. De allí proceden esos sacerdotes herejes que han infestado el Hunan."

Por tercera vez, en 1882, encamináronse los misioneros á su distrito, cuando merced á enérgicas reclamaciones hechas ante los Virreyes del Lian Kiang y del Liang Hu, pudimos esperar que los exaltados mandarines locales entrarían en razón. En ellas empleé los últimos días de mi permanencia en China, y al terminar la comisión que por ultima vez me hizo remontar el río Yangtsee, despedíme en Hankao del Padre SUÁREZ que iba a internarse de nuevo en aquellas remotas tierras, mientras yo bajaba a Shanghai para tomar el vapor que debía conducirme a España.

Durante algún tiempo nada supe de aquella misión de nuestros Padres agustinos. Ocupado en otras expediciones en el continente africano, carecí hasta de medios para comunicarme con mis amigos del Extremo Oriente, sin que llegara hasta mí el eco de noticia alguna que a ellos pudiera refeerirse. Sólo cuando volví de Egipto pude averiguar algo. Una mañana paseaba bajo las sombrías bóvedas del monasterio del Escorial, junto con algunos amigos, y nos servía de cicerone en el convento el bibliotecario del mismo. La conversación recayó sobre la China, y entonces me enteré de que los frailes actualmente guardianes de nuestro regio panteón pertenecen a la misma orden de agustinos que tiene la misión en el Hunán del Norte.

Naturalmente pudimos en seguida hablar de personas y de cosas conocidas.

- ¿Quedó ya instalada la misión? le pregunté.

- Con muchas dificultades.

- ¿La dirige el Padre SUÁREZ?

- Ha muerto en Filipinas víctima de una fiebre perniciosa.

Apenas contaría treinta años de edad. ¡Pobre joven!

Estas son las misiones exclusivamente españolas que poseemos en China. Pero además nuestros compatriotas se han extendido por las extranjeras que tienen falta de personal, especialmente las italianas, muy reducidas desde que su Gobierno abolió los conventos y prohibió la clausura. Los frailes que van a esas misiones se han visto muy combatidos en Filipinas, á mi juicio con harta injusticia. El criterio estrecho de nuestras órdenes monásticas, que todo lo fía al aumento de personal en las Islas, ve con muy malos ojos la salida para China de cualquiera de sus individuos: y no alcanza la facilidad con que podríamos convertir en nacionales esas misiones extranjeras, el día que fueran de nuestro país la mayoría de sus miembros. No he de relatar aquí, pues no quiero vaciar mi pensamiento en este asunto, las iniquidades de que en Manila fue objeto el Padre UFERT, misionero franciscano en Hupeh; y me limitaré a indicar la conveniencia de que por quien corresponda se corrija esa miopía intelectual que parece afectar á los provinciales de las diferentes órdenes que residen en la capital de nuestra hermosa colonia de Oceania.
Y tampoco holgarán dos palabras acerca de la necesidad de atender al porvenir de nuestras misiones dominicanas del Tunkín, seriamente comprometidas por la política que el Gobierno francés ha seguido con el Anám en estos últimos años. Aquellas misiones, inútil es desconocerlo ni ocultarlo, están amenazadas de muerte por la codicia de los propagandistas franceses, ávidos de dirigir sus florecientes cristiandades y recoger los frutos de la tierra que durante cuatro siglos nuestros misioneros fecundaron con su esfuerzo y regaron con su sangre. ¿Asistiremos impasibles á esta nueva ruina? Continuamente batida por tantas ingerencias extrañas, nuestra preponderancia en Oriente mengua cada día, ya cesa en muchas partes, ya acabará en breve, si á ello no ponemos el oportuno remedio; acabará victima de esa falta de iniciativa y del inteligencia que caracteriza nuestra política nacional. Y no lo desoiga quien debe recordarlo: los pueblos que olviden los deberes que les impone, ya que-no la conveniencia actual, un pasado glorioso, son pronto víctimas de todas las vergüenzas y humillaciones.

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Al terminar este libro, quisiera condensar en pocas líneas mi opinión acerca los destinos del pueblo cuya vida intima y social acabamos de estudiar. El chino es trabajador, pero por causa de la constitución social y política á que vive sujeto, el trabajo no le eleva ni le dignifica. Es víctima de sus gobernantes, que le explotan hasta lo increíble, es pobre, y en su cerebro no se anida una idea de próxima ni remota redención: sin ser religioso ni mucho menos, ni del todo ignorante, es presa de todas las supersticiones, y carece de la fe en la providencia del bien, sin sentir los estímulos de la propia dignidad que en estos trances difíciles salvan al hombre, sólo siente, se mueve y lucha para no morir de hambre.

Difícilmente podrán los chinos salir de tan triste situación, mientras no rompan los estrechos y caducos moldes de sus inistituciones de gobierno El Celeste Imperio es una agrupación ficticia de nacionalidades que no tienen de común más que la tiranía que las ha dominado desde tiempo inmemorial con pocas excepciones.. La invasión de los tártaros, en vez de comunicarles energías, contribuyó a matar en ellas todo germen de adelanto y de progreso, y sumir en la abyección el llamado Reino Florido por los antiguos poetas. Aquella sociedad decrépita sólo puede regenerarse fraccionando el hoy grande Imperio, convirtiendo sus provincias en diferentes reinos, que serán siempre tan vastos como casi todos los Estados europeos. Quizás esto suceda en plazo no lejano: y no será ciertamente por esfuerzo de los actuales súbditos chinos, incapaces de promover ningún movimiento revolucionario, ni de organizar ninguna resistencia armada que no se convierta pronto en bandas de ladrones. Pero en el centro del Asia, desde las inaccesibles sierras de Ladak en el Tibet occidental, hasta las inmensas estepas del desierto de hierba y las llanuras de Mongolia, existen unas razas desconocidas; ignoradas, perdidas en aquellos países rara vez vistos por el viajero; gentes que son pastores y cazadores en tiempos de paz, é invencibles guerreros cuando un caudillo de prestigio las llama y las enardece como lo hicieron JENGISKAN y TIMUR, para lanzarlas á la conquista de todo un continente. Quizás ellas caigan algún día sobre el gran Imperio, y al destrozarle y al repartírselo infundan nueva vida ,á aquellos entecos organismos, y sean causa providencial de la regeneración del pueblo chino.